La existencia de personas que pasan la mayor parte de su vida en prisión, que delinquen desde una edad temprana hasta su vejez, es un fenómeno que revela no solo las fallas de los individuos, sino también las complejidades de las sociedades en las que viven. Estas personas que frecuentemente son etiquetadas como delincuentes reincidentes o criminales de carrera, son un reflejo de sistemas sociales y económicos que, en muchos casos, los empujan hacia una vida criminal, incapaces de escapar de los patrones de conducta que los llevan de vuelta a la cárcel una y otra vez. Entender por qué algunos individuos persisten en la actividad criminal durante toda su vida requiere un análisis sociológico que tome en cuenta no solo las circunstancias personales de estos individuos, sino también los factores estructurales que moldean su existencia.
Muchas de las personas que pasan toda su vida entrando y saliendo de prisión provienen de contextos de extrema pobreza, donde las oportunidades legítimas para mejorar sus condiciones de vida son escasas o inexistentes. En estos entornos, la delincuencia puede parecer una de las pocas formas de sobrevivir o de obtener algún tipo de estabilidad financiera. Constantemente, estos individuos crecen en familias y comunidades donde la falta de empleo, la baja calidad de la educación y la falta de acceso a servicios básicos, como la atención médica, limitan sus perspectivas desde una edad temprana. Para muchos de ellos, la delincuencia no es simplemente una elección moral o una desviación de las normas sociales, sino una consecuencia casi inevitable de sus circunstancias.
Además, la influencia de la socialización en estos contextos marginados juega un papel crucial. La familia, los amigos y la comunidad inmediata son los primeros agentes de socialización de un individuo, y si estos actores están involucrados en actividades delictivas o presentan actitudes que normalizan el comportamiento criminal, los jóvenes pueden internalizar estas normas desde muy temprano. A medida que crecen, estos individuos pueden desarrollar una identidad criminal que se convierte en parte integral de su sentido de sí mismos. En lugar de ver el delito como algo transitorio, lo asumen como una forma de vida. Esta identidad puede reforzarse con el tiempo, a medida que las oportunidades para salirse de este ciclo se vuelven cada vez más escasas, y los contactos y redes sociales que poseen están ligados al mundo delictivo.
De igual forma, el sistema de justicia penal, este responde a la reincidencia. En muchos países, las prisiones no están diseñadas para rehabilitar a los reclusos, sino para castigarlos. La falta de programas efectivos de rehabilitación, capacitación laboral y apoyo psicológico en las prisiones hace que muchas personas salgan de la cárcel en condiciones aún peores que cuando entraron. La experiencia carcelaria a menudo los deshumaniza, los aísla de sus comunidades y refuerza su marginación. Al salir de prisión, enfrentan obstáculos enormes para reintegrarse en la sociedad, como la dificultad para encontrar empleo debido a sus antecedentes penales, la estigmatización social y, en muchos casos, la falta de redes de apoyo familiares o comunitarias. Esto crea un ciclo en el que la reincidencia se convierte en una de las pocas opciones viables.
El sistema penal también castiga de manera desproporcionada a ciertos grupos de la población, como las minorías raciales o étnicas, perpetuando un ciclo de encarcelamiento que afecta a generaciones enteras. En países como Estados Unidos, donde las tasas de encarcelamiento son excepcionalmente altas entre las comunidades afroamericanas y latinas, es evidente que las disparidades raciales en el sistema de justicia penal contribuyen a que muchas personas de estos grupos pasen gran parte de sus vidas en prisión. Estas disparidades reflejan no solo un sesgo en el sistema judicial, sino también las desigualdades estructurales más amplias que existen en la sociedad, como la discriminación en el empleo, la educación y la vivienda.
La criminalización de ciertos comportamientos relacionados con la pobreza también agrava el problema. Por ejemplo, la falta de vivienda, el consumo de drogas o la prostitución, a menudo están vinculados a la criminalidad en contextos donde las personas no tienen otras alternativas para sobrevivir. En lugar de abordar las causas generadoras de estos problemas, las sociedades tienden a criminalizarlos, lo que lleva a que muchas personas vulnerables terminen en prisión una y otra vez. Esta criminalización de la pobreza perpetúa el ciclo de encarcelamiento y limita aún más las oportunidades de estas personas para salir de la vida delictiva.
Desde un punto de vista sociológico, el concepto de “etiquetado” es también fundamental para entender por qué algunas personas permanecen en el ciclo del crimen y la prisión durante toda su vida. La teoría del etiquetado sostiene que, cuando una persona es etiquetada como criminal por la sociedad, esa etiqueta puede volverse una profecía autocumplida. Una vez que alguien es visto como un delincuente, es tratado de manera diferente por la sociedad: los empleadores no los contratan, sus vecinos los evitan y sus amigos y familiares pueden distanciarse de ellos. Esto limita las opciones de esa persona para vivir una vida legítima, lo que a su vez puede llevarlos de vuelta al comportamiento criminal. Con el tiempo, la persona puede aceptar su etiqueta y comenzar a actuar de acuerdo con ella, viendo el crimen como su única identidad y su única fuente de estabilidad.
Es importante también considerar el papel de las instituciones penitenciarias en la construcción de una identidad criminal. La vida en prisión está llena de violencia, jerarquías y subculturas que pueden moldear a una persona de manera negativa. En muchos casos, los reclusos deben adaptarse a las reglas no oficiales de la prisión para sobrevivir, lo que puede implicar involucrarse en actividades violentas o ilegales dentro de la cárcel. Estas dinámicas internas refuerzan la identidad delictiva y pueden hacer que la persona sea aún más propensa a cometer delitos una vez que salga en libertad. En lugar de ofrecer oportunidades para la rehabilitación, las prisiones pueden convertirse en escuelas del crimen, donde las personas aprenden a ser mejores criminales.
Finalmente, es necesario señalar que la estructura de poder y las desigualdades inherentes en las sociedades modernas también desempeñan un papel en la perpetuación del ciclo de criminalidad. Las personas que pasan gran parte de su vida en prisión suelen ser aquellas que han sido excluidas de las estructuras de poder y recursos. No tienen acceso a los mecanismos de movilidad social que permiten a otros mejorar su situación económica y social. En muchos casos, los delitos que cometen están relacionados con su lucha por sobrevivir en un sistema que no les ofrece oportunidades legítimas para tener éxito. La pobreza, la falta de educación y las barreras estructurales a la participación económica y social los dejan atrapados en un ciclo de marginación y encarcelamiento.
El fenómeno de las personas que viven gran parte de su vida en prisión es el resultado de una interacción compleja entre factores individuales, sociales y estructurales. Aunque algunas personas pueden tener una predisposición hacia el comportamiento delictivo, es evidente que las condiciones en las que crecen, las oportunidades que se les brindan y la respuesta del sistema de justicia penal juegan un papel fundamental en su destino.