El castigo como concepto ha estado presente en las sociedades humanas desde tiempos remotos, ligado a las ideas de justicia, retribución y corrección de conductas. Sin embargo, su raíz más profunda proviene de las creencias religiosas que han moldeado la moralidad de las civilizaciones. Las escrituras sagradas, como la Biblia, el Corán o los textos védicos, han jugado un papel central en la definición de lo que es justo o injusto, bueno o malo, y cómo debe responderse a las transgresiones. En este sentido, el castigo divino, entendido como la consecuencia de la desobediencia o el pecado, no solo ha configurado la espiritualidad de los creyentes, sino que también ha influido en la creación de sistemas jurídicos y, particularmente, en la dogmática penal.
Desde la perspectiva teológica, el castigo divino está arraigado en la idea de una autoridad suprema que, en su infinita sabiduría y justicia, dicta normas para el comportamiento humano y establece sanciones para quienes no las cumplan. La Biblia, por ejemplo, es rica en referencias al castigo como una herramienta de corrección y retribución. En el Antiguo Testamento, Dios es retratado como un juez severo que castiga a los desobedientes de manera directa y a menudo con mano dura. Desde el castigo de Adán y Eva por su desobediencia en el Jardín del Edén, hasta el diluvio enviado para purgar el pecado de la humanidad, el castigo es presentado como un acto divino necesario para restaurar el orden y la justicia.
Sin embargo, más allá de la narrativa religiosa, estas historias han tenido un impacto profundo en la forma en que los seres humanos conciben la justicia punitiva. La dogmática penal, que estudia los principios fundamentales del derecho penal, ha sido influenciada por estas ideas, en particular en lo que respecta a la retribución como justificación del castigo. La noción de que el castigo es una consecuencia necesaria del mal comportamiento, una compensación justa por el daño causado, tiene raíces profundas en la idea del castigo divino. La retribución es, una forma de restablecer el equilibrio moral, castigando al culpable para que pague por su pecado, o en este caso, delito.
La influencia de la teología del castigo divino se manifiesta también en el derecho penal contemporáneo, que sigue basándose en gran medida en la idea de la proporcionalidad del castigo. Al igual que en las escrituras, donde el pecado acarrea una consecuencia directamente proporcional (a veces devastadora) a la falta cometida, el sistema penal busca imponer penas que correspondan a la gravedad del delito. Este enfoque de “ojo por ojo” tiene sus paralelismos en la justicia retributiva que define muchos de los códigos penales modernos. No obstante, lo que en las escrituras divinas puede ser interpretado como un acto de justicia incuestionable por parte de una autoridad perfecta, en la justicia humana surgen interrogantes éticos sobre el impacto de esta visión punitiva.
El castigo en las escrituras también ha sido interpretado no solo como retribución, sino como un medio de corrección y redención. En muchas ocasiones, el castigo divino no tiene únicamente la finalidad de hacer sufrir al pecador, sino de hacerlo reflexionar y enmendar su camino. Por ejemplo, en el caso de Jonás y Nínive, el castigo que se impusó sobre la ciudad fue evitado cuando sus habitantes se arrepintieron sinceramente. Esta dimensión del castigo, que incluye la posibilidad de redención, también ha encontrado su reflejo en la dogmática penal, en conceptos como la resocialización o la rehabilitación del delincuente. Aunque el enfoque retributivo sigue siendo predominante en muchos sistemas penales, ha habido un cambio hacia una visión más humanista que busca no solo castigar, sino también ofrecer una oportunidad de reintegración a la sociedad.
En el Nuevo Testamento, la idea del castigo divino adopta una forma más moderada. A través de la figura de Jesús, el castigo se convierte en una cuestión de justicia divina, pero también de misericordia. La noción del perdón como una alternativa al castigo estricto resuena en la enseñanza de Jesús, quien llama a perdonar a los enemigos y a dar una segunda oportunidad a los pecadores arrepentidos. Esta visión ha influido en las corrientes más modernas de la dogmática penal, que promueven un enfoque garantista y centrado en los derechos humanos, donde el castigo debe ser justificado no solo por la gravedad del delito, sino también por su utilidad para la rehabilitación del condenado.
Por otro lado, en el Islam, el Corán también establece un sistema de castigos como forma de retribución y justicia. Sin embargo, en el marco de la Sharía, la ley islámica, el castigo está fuertemente vinculado a la intención del infractor y a las circunstancias del delito. Aquí, el concepto de castigo divino también permite el perdón y la compensación. Se puede observar una correspondencia en la dogmática penal moderna con las discusiones sobre la individualización de la pena, es decir, ajustar el castigo no solo al delito, sino también a las circunstancias personales del delincuente.
A nivel global, la influencia de la teología del castigo divino en los sistemas penales ha sido notoria en la implementación de penas severas como la pena capital, especialmente en aquellos países donde la religión tiene un papel trascendente en la vida pública. El fundamento religioso en muchas de estas sociedades ha sido utilizado para justificar castigos extremos, argumentando que son necesarios para mantener el orden social y moral. Sin embargo, también se ha visto un crecimiento de la crítica hacia estos enfoques punitivos, apelando a una justicia más restaurativa que represiva, lo que refleja una evolución en la forma en que entendemos el castigo, tanto a nivel humano como divino.
Podemos decir entonces que la teología del castigo divino ha influido profundamente en la dogmática penal, desde los conceptos de retribución y proporcionalidad hasta las ideas de redención y rehabilitación. Las escrituras sagradas han dejado una huella indeleble en la forma en que las sociedades conciben la justicia y el castigo, ya sea a través de la severidad del Antiguo Testamento o la misericordia del Nuevo Testamento. A pesar de las transformaciones en los sistemas jurídicos contemporáneos, muchas de las ideas que subyacen al derecho penal siguen bebiendo de las fuentes teológicas que vieron en el castigo una forma de restaurar el orden, la justicia y la moralidad.