Eran aproximadamente las cuatro de la tarde, José iba caminando hacia su casa cuando lo abordaron dos policías, los reconoció por su tono de voz agresiva y sus uniformes, sintió un escalofrío en su cuerpo que empezó desde sus piernas hasta su cabeza, el estado de alerta se había activado. Sin mediar palabra, lo subieron a un vehículo en mal estado, con un asiento de plástico incómodo que le hizo entender que la comodidad es un lujo de la libertad.
Durante el trayecto únicamente le indicaron “no estés preguntando, pinche malandro”. Con incertidumbre, José había llegado a una oficina descuidada, con una luz entre blanca y amarillenta, sin comunicación ni conocimiento de lo que estaba pasando, lo ingresaron a lo que llaman “galeras”: una especie de cuartos fríos y oscuros, ubicados en la planta baja de ese lugar al que llevan a los detenidos, en donde lo recibió una persona -al parecer policía- quien, con mal carácter, le dijo “pásale”; increíble que no se inmutara ante la súplica de José para poder hacer una llamada, una máquina podría demostrar más empatía.
Pasaron dos horas para que lo subieran con quien se presentó como Ministerio Público, le dijo que lo investigaban por homicidio en riña, José recordó haber estado en una fiesta en donde varias personas se pelearon y uno de ellos sacó una pistola para dispararle a uno de los sujetos que estaba en la “bola”, todos corrieron, José se quedó a auxiliar al herido, ¿testigos? lo ubicaban en la escena. El Ministerio Público le comentó que lo llevarían al reclusorio para que tuviera su audiencia y ahí un defensor público lo asistiría, José había olvidado el español porque no entendió lo que había escuchado.
El traslado le pareció eterno. Al llegar, otra persona le dijo que tenía que esperar “hasta que fuera su audiencia”; daba gracia percibir que el procedimiento pareciera rutinario, ninguna de las personas se preocupaba por José, eran ajenas a la incertidumbre del detenido.
Había perdido la noción del tiempo hasta que le dijeron “ya vas a tu audiencia”, tuvo una ligera emoción, pareciera como si eso hubiese generado una expectativa desconocida en José de que todo lo que había pasado sería un mal sabor de boca, tenía la esperanza de que alguien lo escuchara y así se resolviera su situación. Ingenuo.
Lo sentaron al lado de un hombre con un traje descuidado, su camisa tenía el primer botón descocido -aquel que cierra en el cuello-, su corbata fungía como disfraz del botón ausente, un reloj de color amarillo y unos lentes de armazón fino, su cabello sin peinar y una actitud similar a las demás personas con las que había tenido contacto anteriormente; sus primeras palabras fueron “dirás que ya sabes tus derechos y te vas a reservar, después veremos tus pruebas”. Escuchó que a ese hombre le decían defensor público y era quien lo defendería de eso que el Ministerio Público le había dicho con anterioridad.
Escuchó al Juez -del cual no escuchó su nombre- instruir el orden de lo que iba a suceder en esa sala, José decidió alzar la voz, sin embargo, el Juez le dijo “consulte con su abogado primero”, el abogado sólo dijo “guarda silencio”. José, intimidado, calló.
El Ministerio Público reiteró aquel evento en donde dispararon y la sorpresa recayó en José al escuchar que ese disparo -según las palabras del Ministerio Público- había sido realizado por él; sintió un nudo en el estómago, esa esperanza que tenía antes de entrar a “audiencia” se eliminó, un vacío invadió su mente, dejó de escuchar hasta que su “defensor” le dijo que “de una vez que resuelvan tu situación y ya vemos después”, José asintió y escuchó decir al hombre con toga negra que existían datos que -de manera probable- lo relacionaban con el disparo, la probabilidad y la certeza para él eran lo mismo, no tuvo diferencia en el resultado. Por el tipo de delito, le explicó su “defensor” que “iba a estar guardado durante su proceso”.
Lo mandaron al reclusorio a esperar su proceso. Un 27 de abril de 2018 se inició una riña producto de rencillas entre cárteles contrarios, todo por el control de la venta de droga; en medio de golpes y colchones quemados, un sujeto desnutrido se acercó a José y le clavó una especie de navaja de procedencia desconocida. Tirado en el piso, perdió su vida, sin defensa, sin familia y sin verdad.
Una historia como muchas.
Mtro. Adrián Arellano Regino
Egresado de la UNAM, Maestrante de la universidad de Barcelona, Abogado en Regino abogados.
Facebook: Adrián Regino
Es muy desalentador que a pesar de haber cambiado el sistema, las viejas prácticas y la falta de empatia no hayan cambiado, solo queda trabajar y seguir trabajando cada uno desde nuestra trinchera sea como defensor, asesor, ministerio público o juez para ir acabando con esta cultura tan arrigada de el mayor mal para quien se presume responsable, de ver como le hago para vulnerar sus derechos, no como respetarlos, de como le hago para justificar una mala actuación de la autoridad policial o ministerial, de como le hago para acomodar la ilógica version se la que se dice víctima, del como le hago para obtener un dinero más sin importar engañar a quien confía en ti, y demás situaciones que vemos en el día a día y que al fomentarlas olvidamos que tarde o temprano los papeles cambian y quisiéramos tener esa seguridad jurídica, saludos colegas