Las cuestiones ambientales o el medio ambiente, hasta un pasado reciente, nunca fueron objeto de preocupación, al final nos fue ofertado por Dios, – los cielos son del Señor, habla la Biblia Sagrada, pero en la Tierra Él la dio a los hijos de los hombres – luego tenemos el derecho de usufructuar de forma irrestricta e incondicional de sus bendiciones. Además, como dijo Horácio “Naturam expellas furca, tammen usque recurret”1 Entonces, vigoraba en el imaginario la idea de que una fuerza misteriosa y mágica restablecía el ambiente, manteniendo el equilibrio necesario.
Cuando miramos los colosales acueductos romanos, valoramos su capacidad de ingeniería, la técnica utilizada y la belleza de su arquitectura. Nos olvidamos de indagar el por qué de sus construcciones: porque ya en aquellos remotos tiempos, en algunas regiones, los hombres habían tornado las aguas además de escasas, impropias para el consumo humano. Alrededor del siglo V, las grandes florestas europeas estaban destruidas; en el siglo X no existían animales salvajes de grande porte; en el siglo XI Europa enfrenta escasez de madera.
Con la descubierta del nuevo mundo, Europa exporta su política de desarrollo e iniciase la devastación en el nuevo continente.
Tan solamente en el siglo XX, la posibilidad de agotamiento de los recursos naturales, los cambios radicales en el clima y las catástrofes naturales recurrentes llevan al hombre a darse cuenta de que la vida en el planeta azul está estrechamente conectada a la naturaleza que lo rodea e inician se entonces tímidas políticas de protección ambiental.
El marco efectivo de protección al medio ambiente tiene lugar con la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, que ocurre en Estocolmo, de 5 a 16 de junio de 1972 con la participación de 113 países, 19 órganos intergubernamentales y más de 400 organizaciones gubernamentales y no gubernamentales y que culmina con la Declaración de Estocolmo sobre el Medio Ambiente Humano.
Es a partir de entonces se multiplican los documentos internacionales sobre el tema, de entre los más significativos podemos citar: el Programa de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente (1972); la Carta Mundial de la Naturaleza, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas (1982); el Informativo Nuestro Futuro Común, más conocido como Informe Brundtland, sobre desarrollo sustentable (1987); la Declaración de Rio Sobre el Medio Ambiente y Desarrollo Sustentable (1992); la Agenda 21, también sobre el desarrollo sustentable; el Convenio sobre Biodiversidad (1992); el Marco de las Naciones Unidas sobre la Alteración Climática (1992) y por último la Cúpula de Johannesburgo (2002). Además, las Constituciones de los Estados modernos, de manera casi unánime hacen referencia expresa a la importancia de la naturaleza y la necesidad de su preservación.
Como se observa, las últimas décadas fueron proficuas para el desarrollo de legislaciones nacionales e internacionales, que consagran los principios de preservación. Con todo, ¿cómo alterar una cultura meramente de extracción arraigada hace milenios en el hombre? La propia Declaración de Estocolmo nos ofrece un camino, lo más seguro y eficaz: la educación – una educación en cuestiones ambientales como forma de una tomada de conciencia, individual y colectiva, capaz de alterar la conducta de los individuos para asumieren la responsabilidad en la protección y mejoramientos del medio ambiente. Recomienda, pues, la creación de un Programa Internacional de Educación Ambiental. La educación como sabemos es capaz de modificar los individuos y alterar las culturas. Es a través de ella que se tiene la tomada de consciencia, de participación y de ciudadanía. Solamente ella es capaz de hacer del hombre dueño y actor de su propia historia, conductor de su propio destino, hacerlo asumir su responsabilidad histórica, cuidando de su vida, de la de los otros, de todos, diciendo no a la esclavitud, defendiendo la libertad, la solidaridad, la paz, la participación y el medio ambiente. La educación es la única forma de preservarse, no la seguridad nacional, sino la seguridad global, en todos los sentidos, pues la educación ambiental va adelante del preservacionismo. Ella puede suprimir los vacíos ideológicos en este tiempo de extremismos políticos, desperdicios de recursos ambientales, exagero de producción y consumo.
Sin embargo, la educación ambiental debe constituirse en una herramienta y no como finalidad en sí misma. Hace necesario, una educación vuelta para el desarrollo de la consciencia de preservación y activista del ciudadano, pero es necesario ir adelante, promoviéndose políticas públicas que logren hacer efectivos estos y tantos otros derechos humanos olvidados por los gobiernos.
Entretanto, laudable e imprescindible, la educación ambiental, por su inmensurable importancia, no puede quedar adstringida únicamente al Estado. La sociedad, de manera organizada y cada ciudadano, de forma individual, debe asumir tal compromiso. El comprometimiento de la ciudadanía es condición sine qua non, quiera en su aptitud cotidiana, quiera en la exigibilidad de acciones de los poderes públicos.
Clovis Gorczevski:
Doctor en Derecho por la Universidad de Burgos. Postdoctorado por la Universidad de Sevilla y por la Universidad de La Laguna. Profesor de la Universidad de Santa Cruz do Sul – UNISC. Correo electrónico: clovisg@unisc.br.
Micheli Piucco:
Doctora en Derecho por la Universidad de Santa Cruz do Sul – UNISC, con un período sándwich en la Universidad de Burgos – España (PDSE/CAPES). Abogada y Profesora de la Universidad de Passo Fundo-RS. Fue visitante Profesional en la Corte Interamericana de Derechos Humanos – Costa Rica. Correo electrónico: micheli.piucco@hotmail.com.
1 “Aunque expulses la naturaleza con un forcado, ella volverá a reaparecer”. Horacio (65-8 a.C.), Epístolas I, 10.