Por Jorge Chessal Palau
Twitter: @jchessal
Uno de los grandes problemas que existe, en general en el mundo, es que la percepción social generalmente gana a la razón y al derecho. Se percibe como justo aquello que convence a las mayorías, pese a que no necesariamente tenga correspondencia con la verdad.
Y es que, sin menospreciar el saber del pueblo, cuando la razón cede a la entraña generalmente se piensa y razona menos y se siente más, ganando la pasión al pensamiento.
Por eso los linchamientos en redes sociales, por ejemplo, tienen un efecto colectivo importante para determinar villanos y criminales: no es tanto que, en el fondo, haya delito o no, culpa o castigo necesario. Para fines de estadística, con que se inicia la pesquisa es suficiente y, si se le da en custodia la carpeta al juez, mejor. Más allá de lo que es, se prefiere lo que parece.
Hay una diferencia entre verdad y verosimilitud; mientras aquella significa la correspondencia con la realidad, esta es solo lo que parece tenerla. En ocasiones, lo que nos parece verosímil nos satisface y ya no vamos más allá, en pos de la certeza plena.
Sin embargo, son muchos los factores que influyen en eso, tantos y con tan variadas expresiones que este espacio no nos daría suficiente para agotarlo, aun en varias entregas.
Por eso, me parece que un ejemplo es suficiente. Para eso recurro a un relato de Rafael Boira, escrito en 1862 en El Libro de los Cuentos de este autor español; en él encontramos como un personaje de pocas luces, a partir de la palabra de otro al parecer más entendido, toma noticia de un crimen.
LA EXPLICACIÓN DE UN DELITO
Llevaban a ahorcar un asesino, y un palurdo, que miraba los preparativos con ojos estúpidos, preguntó a un caballero:
Diga su mercé, ¿qué van a hacer a ese hombre?
¡Ahorcarlo!
¡Toma! ¿pas ca hecho?
Yo le diré a usted: ha cometido un delito espantoso, un crimen horrible, ¡qué! si es una cosa increíble. Figúrese usted. que, en el mes de diciembre, cuando cayó aquella gran nevada
¡Ya!
Pues bien, entonces, ¿qué hace el tunante? llena de nieve una porción de jarrones que tenía, la coge después poco a poco, la lleva al horno, la seca perfectamente a fuego lento, la reduce a polvo finísimo, y la ha vendido por azúcar.
- ¡Ah, maldito falsificador! ¿Con que ha cometido un delito tan grande? Y, sin embargo, no hacen mas que ahorcarlo.
Ahí vera usted.
Poco le pareció el castigo al ignorante, como muchas veces ocurre cuando la apreciación del relato se sobrepone a la lógica y deja de oírse lo que se debe y solo se atiende lo que se cree.
Así los juicios mediáticos, donde los argumentos son arrasados por el viento de la pasión.
Jorge Chessal Palau
Abogado, Director de CHP Firma Legal S.C