Inicio Nuestras firmas ¿Cómo sería un sistema penitenciario diseñado por filósofos?

¿Cómo sería un sistema penitenciario diseñado por filósofos?

39
0

El concepto de las prisiones ha sido debatido durante siglos, tanto en el ámbito práctico como filosófico. Desde Platón hasta Foucault, el castigo y la rehabilitación han sido tópicos que atraviesan la reflexión sobre la justicia, el poder y la libertad. En un contexto como el mexicano, donde las prisiones son espacios de hacinamiento, violencia y marginalización, imaginar un sistema penitenciario diseñado por filósofos ofrece una provocación creativa y estimulante. Este ejercicio mental nos permite alejarnos de las soluciones tradicionales para reconfigurar el papel de las prisiones y, sobre todo, su justificación en una sociedad democrática.

La prisión, como se conoce hoy en día, no siempre fue el principal mecanismo de castigo. La ejecución, la tortura y el exilio fueron métodos predominantes para castigar los delitos durante siglos. Sin embargo, en la modernidad, la cárcel emergió como una respuesta supuestamente más civilizada: la privación de la libertad como una manera de reflejar el daño causado a la sociedad. Michel Foucault, en su obra Vigilar y castigar, plantea que el surgimiento de la prisión está vinculado a una transformación del poder. Ya no se trata del castigo corporal, visible y brutal, sino de un control más sutil y totalizador, en el que el individuo es vigilado, disciplinado y moldeado.

Si nos preguntamos cómo un filósofo como Foucault rediseñaría el sistema penitenciario en México, la respuesta no sería necesariamente crear una nueva arquitectura o modificar las leyes, sino cuestionar la existencia misma de la prisión. Foucault argumenta que la cárcel no resuelve el problema del delito, sino que lo perpetúa al reproducir estructuras de poder opresivas. Según su perspectiva, las prisiones están destinadas a fracasar en su propósito de rehabilitar, ya que su función real es controlar a los grupos más marginados y reforzar las jerarquías sociales.

Bajo esta óptica, un sistema penitenciario que siga la lógica foucaultiana no sería simplemente reformado; sería abolido. Para Foucault, las cárceles simbolizan una forma de castigo que ya no tiene lugar en una sociedad que aspire a ser realmente democrática y justa. En lugar de las prisiones, se podrían imaginar formas de justicia restaurativa, donde el enfoque esté en reparar el daño a las víctimas y en reinsertar a los infractores en la comunidad. Los espacios punitivos, bajo este esquema, podrían transformarse en centros de reconciliación y diálogo, en los que tanto víctimas como victimarios participen en la reconstrucción del tejido social.

Por otro lado, si consideramos a otro pensador como Hannah Arendt, su visión sobre el mal, la responsabilidad y la política podría generar un enfoque diferente. Para Arendt, una de las grandes lecciones del siglo XX fue la banalidad del mal, la idea de que la crueldad y la violencia a menudo no son el resultado de individuos perversos, sino de personas comunes que obedecen órdenes sin reflexionar sobre sus acciones. En este sentido, un sistema penitenciario basado en la filosofía de Arendt se enfocaría en fomentar la reflexión ética y la responsabilidad personal.

Las cárceles arendtianas no serían espacios de aislamiento, sino lugares de educación política, donde los reclusos aprenderían a cuestionar la autoridad y a desarrollar un sentido profundo de responsabilidad por sus acciones. Más que castigar, el objetivo sería evitar la repetición de conductas dañinas a través de la comprensión de los impactos de las decisiones individuales en el colectivo. Las prisiones diseñadas bajo esta premisa podrían incluir programas de deliberación democrática, donde los internos participarían activamente en debates sobre la ley, la justicia y el bien común, desarrollando así su capacidad crítica y su agencia política.

Otro pensador que podría ofrecer un enfoque radicalmente diferente es Friedrich Nietzsche. En su obra, Nietzsche critica la moral cristiana y la culpa como mecanismos de control social, y al hacerlo, cuestiona la noción de castigo tal como se concibe en las sociedades occidentales. Un sistema penitenciario inspirado en Nietzsche se alejaría del castigo como expresión de culpa y se centraría en la creación de condiciones que fomenten el empoderamiento personal y el desarrollo de nuevas formas de virtud.

Bajo esta premisa, el castigo no se vería como una forma de expiar la culpa, sino como una oportunidad para que los individuos desarrollen su voluntad de poder. Nietzsche no estaría interesado en la mera rehabilitación del criminal según las normas sociales existentes, sino en la transformación creativa de los valores. En las cárceles nietzscheanas, los reclusos no serían controlados o vigilados, sino incentivados a redefinir sus propias normas morales, a explorar su capacidad para superar las limitaciones impuestas por la sociedad y a cuestionar los valores que los llevaron al delito.

Sin embargo, la reflexión filosófica no estaría completa sin considerar el enfoque del feminismo contemporáneo, especialmente el de pensadoras como Judith Butler. Desde esta perspectiva, un sistema penitenciario diseñado desde el feminismo no solo cuestionaría las lógicas punitivas patriarcales, sino que propondría formas de justicia más inclusivas y menos violentas. Butler, quien ha analizado las formas en que el poder se manifiesta a través del género y la sexualidad, argumentaría que el sistema penitenciario actual refuerza las opresiones basadas en el género, la raza y la clase.

Una cárcel diseñada por Butler no sería simplemente un espacio más inclusivo para las mujeres o las personas LGBTQ+, sino un espacio donde se desmantelen las estructuras que producen las desigualdades que llevan a las personas al sistema penal. Esto implicaría una crítica profunda a las condiciones sociales y económicas que marginan a ciertos grupos, y la creación de políticas que promuevan la equidad desde una perspectiva interseccional. En este sentido, el sistema penitenciario feminista no solo reconfiguraría las relaciones de poder dentro de la prisión, sino que también transformaría la sociedad para que menos personas sean empujadas al delito en primer lugar.

Ya sea desde la abolición del sistema penitenciario en favor de formas de justicia restaurativa, la creación de espacios de deliberación política, o la revalorización de la voluntad personal y el cuestionamiento de los valores sociales, estas propuestas filosóficas ofrecen un horizonte para repensar profundamente el castigo en México. En un país donde la prisión es un reflejo de las desigualdades y los abusos del sistema, quizás lo que más necesitamos no es simplemente una cárcel mejorada, sino una nueva concepción de la justicia que nos aleje de la lógica del castigo y nos acerque a la posibilidad de la transformación.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí