En el año 2002, en México, cuando los teléfonos inteligentes aún no eran de uso común como lo son hoy en día y el acceso a internet resultaba algo costoso, la forma habitual de estar al tanto de las noticias nacionales e internacionales era a través de los noticieros de radio y televisión, así como los periódicos.
Fue el 19 de marzo de 2003 cuando asistí a un foro titulado “Violencia hacia la mujer,” organizado y llevado a cabo por el Centro Universitario Cultural Fray Francisco de Vitoria. Fue en este evento donde por primera vez escuché sobre el tema de “las desaparecidas,” específicamente las mujeres desaparecidas en Ciudad Juárez.
En el foro, se encontraba una mesa de expositoras que denunciaban diversas formas de maltrato hacia las mujeres. Sin embargo, lo que más impactó fue el testimonio de la madre de “Paloma,” la señora Norma Ledezma, quien había venido desde Ciudad Juárez en busca de justicia. Su hija había desaparecido el sábado 2 de marzo de 2002, y su cuerpo sin vida fue encontrado 18 días después (es decir, el 20 de marzo de ese mismo año, se cumplieron 21 años desde su hallazgo). La falta de solidaridad y de protocolos de búsqueda por parte de las autoridades hicieron que esta tragedia fuera aún más angustiante.
Según el relato de la madre, tanto ella como su hija de 16 años, así como su hermano y el padre, trabajaban en una maquiladora de lunes a viernes. La adolescente también estudiaba por las tardes y los sábados asistía a un curso de computación. Fue en el camino de regreso de ese curso cuando Paloma no regresó a casa.
En ese momento, ya se sabía que algo extraño estaba ocurriendo con las mujeres en Ciudad Juárez. Sin embargo, ni los medios ni las autoridades destacaban esta situación en sus titulares. Esto obligó a mujeres como Norma Ledezma a buscar justicia por sí mismas, ya que el Estado les había negado ese derecho.
Inicialmente, me resultó increíble que alguien pudiera privar de su libertad, abusar y quitar la vida a otra persona, y luego permanecer en libertad sin dejar pistas para su localización ni ser llevado ante la justicia.
Escuchar a una madre que se sentía ignorada, minimizada y vulnerable me hizo reflexionar profundamente. Con el tiempo, desafortunadamente, hemos sido testigos de que el problema de las desapariciones de mujeres se ha extendido más allá de Ciudad Juárez.
Han pasado 21 años desde entonces, pero aún recuerdo claramente la voz angustiada de aquella madre diciendo: “El cuarto de Paloma todavía está igual que cuando ella lo dejó, con sus cosas en su lugar, como si fuera a regresar. ¿Por qué le hicieron esto a mi hija?”
La desaparición de mujeres y hombres es un fenómeno que no debe normalizarse, tolerarse ni minimizarse en ningún caso. Es evidente que la delincuencia organizada en nuestro país opera con impunidad, gracias a la complicidad de un Estado y autoridades cómplices. Por lo tanto, la sociedad debe actuar por sus propios medios y recursos, tal como lo hizo Norma Ledezma, quien ahora es abogada.
Te agradezco los minutos que dedicaste a la lectura de estas líneas.
Imelda Nathaly González Guevara
Maestra en Derecho, Profesora de la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional Autónoma de México.
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