La pregunta con la que inicio estas líneas ha sido una interrogante que se pensaría ha existido en todos los tiempos; sin embargo, no es así, por el contrario, ha cobrado interés a partir de que se pensó que el encierro acompañado de un tratamiento multidisciplinario para el infractor de las leyes penales sería la solución para contener el fenómeno delincuencial, al lograr que el criminal cambiara sus tendencias a delinquir.
El cuestionarse si el asesino, el violador o el ladrón dejará de serlo por el sólo hecho de haber estado en la cárcel -en la actualidad llamada de formas pomposas, tales como centro de readaptación o reinserción social- y que no volverá a delinquir es algo relativamente nuevo, ya que el encierro en cualquiera de sus modalidades: cárcel, penitenciaría, prisión, cereso, cefereso, etc., no es una pena tan vieja como se pensaría. Incluso, no surgió como pena para quien cometiera una conducta considerada delictiva, surgió como una medida de custodia mientras se decidía la suerte del enjuiciado, respecto de si se le condenaba o no, a la pena de muerte o a los azotes.
La pena de muerte, además, no fue el primer castigo creado por la humanidad, ya que como alguna vez escuché decir al Dr. Sergio García Ramírez en magistral conferencia, la primera pena se da cuando Adán y Eva comen del fruto prohibido y son desterrados del paraíso, convirtiéndose así el destierro en la más vieja consecuencia para quien transgrede un mandato. Después vendría la pena de muerte, que por cierto se abusó, se sigue abusando y se seguirá abusando de ella, aunque ya no de manera institucionalizada, pero si clandestina.
Los penitenciaristas de corte científico y humanitario ven como una bondad el haber pasado de la pena de muerte como castigo, a la prisión. A partir de mi experiencia, sostengo que existe una bondad más, y es que independientemente de que la prisión readapte o no, inhibe en muchos casos la vendetta. Al menos así lo pude comprobar como director de algunas prisiones, donde llegué a saber (aunque usted no lo crea) que los ofendidos por algún asesinato intentaban ayudar al inculpado para que este obtuviera su libertad, con la finalidad de matarlo cuando “anduviera afuera”. Este tipo de situaciones, por demás fuera de toda “racionalidad lógica”, me hace llamar la atención en lo que ve al sentimiento de venganza, que muchas veces es connatural al hombre como lo plantearon los especialistas en el tratamiento de la conducta, quienes señalaron que el deseo de venganza de los “dolientes” se va perdiendo en el tiempo hasta desaparecer por completo. De esta forma y tras pasados los años cuando el preso deja la cárcel, las víctimas u ofendidos por el delito tienen otras prioridades, han olvidado el agravio y, como dicen las abuelas de pueblo: “si el tiempo borra los problemas de amor, qué no borrará”.
Ahora, vale la pena advertir que la pregunta inicial de este artículo ¿Existe la reinserción social?, se ha abordado desde diferentes ángulos y por muchos especialistas. Particularmente los científicos que estudian el comportamiento humano se ocuparon de intentar responderla, por ejemplo, el eminente estudioso del tema Elías Neuman, en su obra La Sociedad Carcelaria escrita en los años 90, concedió un análisis riguroso en uno de sus capítulos.
Así, no es de sorprender el interés que ha tenido la temática, ya que desde el momento en que alguien tuvo a su cargo, cuidado o vigilancia un ser que había tenido un mal comportamiento surgieron las siguientes interrogantes: ¿Puede un sujeto ser reeducado, rehabilitado, readaptado, regenerado y últimamente reinsertado a la sociedad? No obstante, todos estos términos que se caracterizan por llevar el prefijo “re” y terminar con la palabra “social”, tienen en común que prácticamente nadie sabe a ciencia cierta en qué consisten o cómo lograrlos.
Sin dar más vueltas a la interrogante, el fondo del asunto es saber si un criminal que está en reclusión volverá a delinquir tras su liberación. Para la gran mayoría de la población, la respuesta es que sí, que en muchos casos el preso liberado reincidirá en el delito, incluso cometerá delitos más graves. Esto, ¿A qué se debe?
Antes de responder, es necesario analizar el por qué una persona puede estar o no preso, como se lo refiriera una persona privada de la libertad en su momento a Elías Neuman:
Por qué se puede o no estar preso
Se puede estar preso Se puede no estar preso
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- Por hacer las cosas mal 1. Por hacer las cosas bien
- Por equivocarse 2. Por no equivocarse
- Por error 3. Por error
- Por desesperación 4. Por tranquilidad de espíritu
- Por fallas en el Código Penal 5. Por fallas en el Código Penal
- Por intolerancia 6. Por comprensión
- Por mal asesorado 7. Por “bien” asesorado
- Por falta de recursos 8. Por “sobra” de recursos
- Por la “mala compañía” de la soledad 9. Por la “buena compañía” de un buen consejo
- Por tener “vinculaciones” 10. Por tener “vinculaciones”
- Por necesidad 11. Por no tener necesidad
- Por política 12. Por política
- Por hacer algo 13. Por no hacer nada
- Estando en la cárcel 14. Aun estando en la cárcel
Como se observa, son múltiples las razones por las cuales una persona puede estar en la cárcel. Entre ellas, sin lugar a duda, la que ocupa mayor peso es la pobreza, misma que se puede constatar si visitamos un reclusorio, donde se puede observar que se castiga a una persona por lo que es y no por lo que hizo.
Igualmente, a lo largo de mi carrera como docente no han faltado los alumnos que durante las clase de derecho ejecutivo penal debatan tal afirmación, señalando que en la cárcel están personas como Javier Duarte, Emilio Lozoya y muchos otros empresarios o políticos, quienes, como se dice en el argot carcelario, recibieron “el beso de la mujer araña”.
Efectivamente, en las cárceles no están todos los que son, ni son todos los que están, pero lo que sí es verdad es que la gran mayoría de personas privadas de su libertad lo están debido a su pobreza, y no solo a su pobreza económica, también a su pobreza intelectual, afectiva, espiritual, de salud, a su escaso entorno.
El delito es antes que nada una obra humana y una obra humana puede ser tosca o delicada, como alguna vez oí decir a Eugenio Raúl Zaffaroni: la gran mayoría de criminales llegan a la reclusión por comportamientos burdos, groseros, que de inmediato son detectados por la policía y su destino es el encierro, como es el caso de un sujeto vicioso o aturdido por los problemas que tiene enfrente de una estación de policía o porque frente a una patrulla despoja de su bolso a una señora.
Sin embargo, existe otro tipo de delincuencia, la llamada de “alcurnia”. Esta pasa desapercibida no solo por la policía sino por todo el sistema de justicia penal, porque sus delitos son refinados, auténticas obras maestras, como bien lo dice Zaffaroni una persona lleva a cabo un delito con el entrenamiento que tiene para ello.
Paradójicamente los autores de delitos menos lesivos son los principales candidatos para la reclusión, se detiene al ebrio que en zafarrancho mató a su compañero de juerga y no al sicario capacitado, se detiene al ladronzuelo que roba monedas y no al banquero o alto empresario que saben cómo desviar dinero de los cuentahabientes o de los contribuyentes sin que la policía o la misma sociedad se entere.
El delincuente sonso será el detenido y como dice Neuman: “Entre tanto los delitos económicos que transitan las alfombras rojas de los ministerios, empresas transnacionales, bancos, financieras, son tomadas por la sociedad cual si fueran proezas bonitamente temerarias… No hay consenso de rechazo social”.
Ahora bien ¿Habrá enmienda para los que transgreden gravemente con sus delitos a la sociedad y a su retorno a la libertad no vuelvan a delinquir? Si una persona siente y piensa desde luego que si es susceptible de cambiar para bien, lo que sucede es que en los sistemas carcelarios de países pobres y no pobres el sistema de prisiones poco o nada importa a la clase política del Estado por no dar votos.
Para que una persona en prisión se reeduque, regenere o sea reinsertada y no vuelva a delinquir es necesario que su particular régimen jurídico que motivo la comisión del delito esté reglamentada con buenas leyes, instalaciones adecuadas exprofeso para que sea capacitado en actividades licitas, pues, como alguien diría “no se puede enseñar a alguien a jugar futbol en un elevador”, y sobre todo que tenga un tratamiento adecuado por personal idóneo para que haciendo uso de diversas ciencias se le suministren terapias de salud física y mental, sea reeducado para que retorne a la vida libre y ejerza en las mejores condiciones socialmente su libertad.
Pero lo principal es que cuando vuelva a la libertad, tenga un mejor entorno, que su sociedad le proporcione posibilidades de desarrollo y no de marginación, exclusión y estigmatización, de lo contrario, aunque él no lo quiera tengamos la certeza que volverá al delito y con seguridad cometerá delitos más graves.
Para el alumno que me preguntó ¿por qué hay políticos y empresarios en reclusión si he dicho que ésta es principalmente para los pobres de los pobres? La respuesta es sencilla: los muy ricos también llegan a tener resbalones o en su afán de seguir acumulando riqueza cometen acciones burdas, en tanto que a los políticos en reclusión se les acabo la cobertura de quien tiene el poder.
Dr. Cuauhtémoc Granados Díaz
Ex agente del Ministerio Público, ex director de reclusorios, ex Secretario de Seguridad Pública, ex Apoderado legal para asuntos penales del gobierno de la CDMX, ex Director general de averiguaciones previas de la PGJH, Profesor Investigador de tiempo completo y Jefe del Área Académica de Derecho y Jurisprudencia de la Universidad Autónoma del Estado de Hidalgo.