El rol que tradicionalmente se ha asociado con la mujer es el de un ser cariñoso, que cuida de sus semejantes, incapaz de ejercer la violencia contra otras personas. Su capacidad de gestar le ha otorgado un halo de ternura, de sensibilidad y fragilidad que choca frontalmente con la vida real de algunas mujeres.
Las mujeres sicarias son un buen ejemplo de contraposición existente entre las expectativas tradicionales de comportamiento del rol femenino con las situaciones reales que estas mujeres protagonizan.
¿Qué es un sicario? O, en el caso que nos compete, ¿qué significa ser una sicaria? Es, ni más ni menos, una persona que lesiona o mata a otra por dinero. Es decir, es una mujer que va a recibir un sueldo, un salario, una cantidad de dinero, bienes o beneficios por hacer daño o, incluso, causar la muerte de alguien.
Si bien es cierto que, en la actualidad, al nombrar la palabra sicaria nos conduce directamente a esas asesinas a sueldo que forman parte de grupos organizados criminales. Sin embargo, su origen es mucho más antiguo.
La palabra viene del latín, de la palabra usada para designar una pequeña daga conocida en el mundo antiguo como sica. Esta daga era la más utilizada por los criminales ya que su pequeño tamaño la convertía en manejable y, sobre todo, en fácil de esconder entre los pliegues de las túnicas que se usaban en la época. El plural de la palabra sica es sicarii, donde encontramos el origen del término sicario.
Al parecer, la primera vez que se utilizó el término sicarii para denominar a un grupo de asesinos fue durante la ocupación romana de Judea, en el primer siglo antes de Cristo. Un grupo de resistentes políticos judíos decidieron organizarse para luchar contra el invasor romano y el uso de este tipo de dagas para cometer sus crímenes políticos les otorgó, por parte de los romanos, el nombre de sicarii.
El término fue perdiendo su relación con las acciones criminales relacionadas con las acciones políticas para denominar, como lo hacemos a día de hoy, a grupos o individuos que se dedican a realizar actos violentos contra otras personas con la intención de ser remunerados por ello.
Volviendo a nuestros días, podemos ver que el sicariato está principalmente relacionado con los grupos criminales organizados que centran su actividad delictiva en el narcotráfico y que su área de acción está centrada en determinados países latinoamericanos como pueden ser Venezuela, México o Ecuador. Si bien es cierto que los sicarios existen en todos los países y que pueden ser contratados para agredir, amenazar o lesionar a personas por otros motivos, por ejemplo, pueden ser los relacionados con mafias, por venganza, por honor o para conseguir obtener los bienes de la víctima.
Muchos de los sicarios son personas jóvenes con edades comprendidas entre los 12 y los 25 años. En países como Ecuador, de hecho, podemos encontrar sicarios incluso más jóvenes, empezando a realizar labores relacionadas con el sicariato, entre las que se incluye el asesinato, a la temprana edad de 9 ó 10 años. El motivo por el cual se busca a niños y/o adolescentes es la ausencia de responsabilidad jurídica existente en estos países a edades tan tempranas. En Ecuador, por poner un ejemplo, los y las menores de 18 años no tienen responsabilidad jurídica alguna por lo que sus crímenes pueden quedar impunes.
Otra de las características fundamentales de estas personas, que pueden trabajar de forma individual o de forma organizada, es que han sido tradicionalmente hombres. Sin embargo, las cifras nos indican que, en las últimas décadas, las mujeres están empezando a desempeñar también estos violentos trabajos.
Es conveniente destacar que la aparición de las sicarias se está dando en entornos culturales donde está fuertemente anclado el patriarcado, no sólo a nivel social general, sino también a nivel de estructura de la propia empresa criminal en la que se desarrollan. De hecho, esta situación de machismo y comportamientos ampliamente separados por género pueden facilitar la introducción de estas mujeres en el mundo del sicariato, ya que no se espera de ellas que cambien su rol de mujeres inofensivas, incluso víctimas, por el de victimarias. Aunque, todo sea dicho, la imagen que evoca la opinión pública al pensar en sicarias no se aleja tanto del rol de género esperado porque, si bien es cierto que se introduce la posibilidad de ser personas violentas, se acerca a la figura de la femme fatale que conlleva una hiper feminidad, con carácter agresivo, irresistible para los hombres.
En México podemos encontrar los casos de sicarias famosas tales como Rosalina Carrillo Ochoa, alias “La Estrella”, que ostenta el dudoso honor de ser la primera mujer en liderar una célula del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) en la región del Vallés. Aparte de formar parte activa de acciones delictivas y criminales como lo son el narcotráfico y la comisión de distintos asesinatos, Rosalinda estuvo también centrada en el reclutamiento de otras mujeres que se unieran a su sicariato dentro del CJNG.
Otro caso eminente lo encontramos en la figura de la sicaria Magaly Sánchez. La motivación de esta sicaria, al contrario que el del anterior ejemplo, es el de la venganza. Magaly protagonizó una infancia perlada de abusos. Nacida en el seno de una familia disfuncional que tuvo que huir de Monterrey al ser perseguidos por la justicia, Magaly fue víctima de abusos sexuales por parte de uno de sus tíos, siendo hija, además, de un padre alcohólico y toxicómano relacionado con las peleas de perros.
La vida de Magaly no mejoró con el tiempo. Su padre la ofreció a un camello para que abusara sexualmente de ella como pago por una partida de droga recibida. Más adelante y, fruto de una relación en la que sufría fuertes abusos, Magaly fue madre adolescente y, aunque convivió con el padre durante un tiempo, terminó asesinando a su pareja, asesinato del que consiguió quedar impune.
Al conocer a otra de sus parejas, un pandillero neoyorkino con el que se fue a vivir dejando a su hijo a cargo de sus padres, se hizo adicta a la heroína y comenzó a adentrarse en el mundo del narcotráfico. Fue precisamente fruto de este tipo de relaciones por las que, en una ocasión en la que llevaba a su segunda hija al médico, fue asaltada por un grupo de politoxicómanos con los que ella negociaba y, como resultado, su hija resultó muerta.
El asesinato de su segunda hija alentó las ansias de venganza de Magaly, la cual, buscó al que consideraba culpable del homicidio y lo mató con un picahielo. Al ser la víctima de Magaly miembro del grupo conocido como Los Zetas, Magaly fue buscada y encontrada por la banda. Sin embargo, lejos de castigarla, al contar lo sucedido, el líder de la organización castigó a los culpables, eso sí, bajo la condición de que Magaly entrara a formar parte de su grupo como sicaria.
El sicariato es un movimiento criminal con fuertes bases culturales cuyo entramado y alcance social, antropológico, económico y político es complejo y poco estudiado.
Quizá, con la incorporación de las mujeres sicarias en sus filas, reciban más atención por parte de las ciencias sociales y podamos comprender mejor y más profundamente, con el objeto de prevenir y erradicar, esta lacra social.
Victoria Pascual Cortés.
Socióloga y Criminóloga especializada en intervención con víctimas mujeres y víctimas menores.
Escritora del libro “Asesinas, ¿por qué matan las mujeres?”, profesora universitaria, divulgadora científica y miembro de la Junta de Gobierno, como Vocal de Formación, del Colegio Profesional de la Criminología de la Comunidad de Madrid, España.
Twitter: @apuntecriminal