Tras tanto existir y persistir la violencia contra las mujeres, pareciera que nos hemos acostumbrado a ella; diariamente observamos noticias sobre hechos ocurridos a lo largo de México y el mundo: esclavitud en sus diversas formas –a pesar de los empeños por su abolición-; violencia intrafamiliar, obstétrica, psicológica; mutilaciones genitales femeninas multitudinarias, acoso laboral, bullying escolar; estereotipos, abusos sexuales, desapariciones y feminicidios; todas ellas, expresiones elocuentes de que aún hay mucho por cambiar en nuestras sociedades, sin embargo, hay otras “pequeñas” conductas que pasan casi inadvertidas y desapercibidas, pero que también son violencia.
¿Cuántas veces hemos escuchado con toda naturalidad frases como “pegas como niña; seguro estás en tus días; mujer al volante, peligro constante; ya cásate”, o “las Marías” (cuando alguien quiere referirse a una mujer de condición indígena o a aquellas que no corresponden a un determinado estereotipo), “la chacha”, “gata”, “criada” (aludiendo a las trabajadoras del hogar); hace algún tiempo se viralizó a una académica que exigía que le llamaran por su grado “Dra.”, pues un alumno la llamó “Miss.”, la sociedad se burló, pero es muy recurrente que en espacios profesionales también se escuche “preciosa, guapa, señorita”, pero nunca, o casi nunca, escuchamos un “míster, guapo, hermoso” al referirse a hombres, entonces considero que la Dra., no estaba tan equivocada en su solicitud (salvo porque en sus expresiones minimizó el trabajo de las meseras: una expresión también violenta).
Y no, no es exagerar, es sólo recordar que aquello que no expresamos se invisibiliza, pero no por ello deja de ocurrir.
Otras dos “pequeñas” conductas, ya para terminar de citar ejemplos, son el manspreading y mansplaining: el primero, dicho en términos sencillos, es esa “expansión” del cuerpo que hace el hombre: cuando se sientan en el colectivo y “necesitan” abrirse de piernas invadiendo y replegando a quien esté a su lado; el segundo consiste en “déjame te explico, porque aunque seas especialista, requieres de mi ayuda para comprender”.
Todo lo anterior, como dijimos, son pequeños sucesos que ocurren día a día, sin que en lo general, se cuestionen.
De acuerdo con la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales de España, se define al micromachismo como “las prácticas de violencia en la vida cotidiana que son tan sutiles que pasarían desapercibidas, pero que reflejan y perpetúan las actitudes machistas y la desigualdad de las mujeres respecto a los hombres”; por otro lado, Luis Bonino, dice que “son ¨pequeños¨, casi imperceptibles controles y abusos de poder cuasinormalizados que los varones ejecutan permanentemente”, aunque a veces tengo severas dudas sobre si efectivamente sólo los hombres las practican…
Uno de los grandes problemas para identificar e intentar contrarrestar o eliminar los comportamientos micromachistas, es que estos son parte de la cultura con la que muchas y muchos crecimos, hay quienes ni siquiera se dan cuenta del contenido o acción lesiva que están llevando a cabo: “es vieja”, “lo que necesita es un novio”, “tan bonita y con esa boquita”.
Me parece que a pesar de los múltiples avances en diversas áreas, aún nos hace falta superar esta parte, reeducarnos y reaprender un lenguaje correcto y respetuoso; abstenernos de opinar sobre la gordura o delgadez de las mujeres, sobre su femineidad, cuestionar cómo llegaron a puestos gerenciales –o a donde sea- (pues de la misma manera que la mayoría de los hombres: por currículum y/o experiencia y no “porque seguro se las dio a alguien”); en múltiples ocasiones suavizamos el lenguaje, máxime al encontrarnos en espacios académicos, pero ello sólo contribuye a disminuir el verdadero peso de las cosas.
Si comparamos cualquier micromachismo con una conducta tipificada como delito, podríamos decir que la diferencia es abismal, sin embargo, sabemos que la violencia va en escalada y se complejiza en su proceso.
Entre mujeres necesitamos una sororidad efectiva, como lo he dicho en otros espacios, no un doble discurso para ganar adeptos y simpatías, sino para derribar los techos de cristal y superar los suelos pegajosos; generarnos redes de apoyo y recordar que SI TOCAN A UNA, RESPONDEMOS TODAS; que los hombres no nos quieran engañar con expresiones falaces como “yo comprendo a la mujeres porque fui criado por mujeres…”
Trabajemos en conjunto por una sociedad más justa e igualitaria, con oportunidades para todas y todos, seguridad para que las niñas puedan jugar en el parque o las jovencitas puedan irse de fiesta sin tener que medir su forma de beber para que “no den pie” a que algo les pase; cuestionar a los maestros que en determinadas carreras como Derecho o alguna Ingeniería (por amplia tradición “para hombres”) cuestionan qué hacemos ahí, si nuestro lugar está en la casa…? En fin, dejar de normalizar lo que por mucho tiempo ha persistido.
Dejemos de tolerar y encubrir a aquellos cercanos a nosotros, si no somos capaces de denunciar como testigos, por lo menos no nos quedemos a ser cómplices.
No sigamos permitiendo como sociedad y como individuos cualquier tipo de violencia: desde un piropo (porque no lo pedimos), hasta una cachetada; para muchas mujeres es difícil entender que quien pega una vez, seguramente pegará una segunda y una tercera vez; sé que es difícil salir de los espacios de violencia, pero con decisión, dignidad y hasta hartazgo, es posible.
Estimadas amigas y amigos, agradezco los minutos que han dedicado a esta lectura y quiero desearles lo mejor para este fin de año; que la vida les otorgue mucha salud, tranquilidad en el alma y prosperidad.