
Ivón Maricela entró a una casa en Coyoacán y nunca más salió con vida. Tenía 31 años, un hijo pequeño, y un país que lleva años perfeccionando el arte de enterrar mujeres… junto con la justicia.
Días después, su cuerpo apareció embolsado, abandonado en una carretera de Jojutla, Morelos. Sin cobertura nacional, sin conferencia de prensa, sin atención mediática. Una más.
El caso tenía todo para generar ruido: cámaras de seguridad, ruta de escape, sospechosos identificados, dos detenidas, y un prófugo con nombre y apellido.
Pero no lo hizo. No estalló.
¿Y por qué?
Porque Ivón no generaba votos.
Comparemos.
Cuando Ariadna Fernanda fue asesinada en octubre de 2022, la indignación fue masiva. La jefa de Gobierno dio conferencias. El caso desató una guerra entre fiscalías.
La jefa de Gobierno acusó al fiscal de Morelos de encubrimiento. Y él terminó en la cárcel.
Todo porque Ariadna murió, sí… pero también porque su caso se volvió útil en el ajedrez político.
A Ivón la mataron de forma similar: una mujer entra con conocidos, desaparece, es hallada sin vida en otro estado. Pero su feminicidio no movió el tablero político.
No fue pretexto de lucha entre fiscalías.
No sirvió para distraer a nadie de otro escándalo.
No encajó en el guion electoral.
Y entonces, la diferencia fue brutal.
Ariadna: indignación nacional, detención del fiscal, atención mediática, justicia en marcha.
Ivón: un tuit de la Fiscalía, dos detenidas, un silencio espeso. Una justicia que camina solo si hay reflectores.
El feminicidio, como figura jurídica, ya no escandaliza.
Se convirtió en un término técnico, en parte del discurso, en una palabra más en los informes anuales. Pero lo verdaderamente monstruoso no es que maten mujeres todos los días. Lo verdaderamente monstruoso es que el sistema solo reaccione si hay cámaras.
¿Dónde están las autoridades ahora?
¿Dónde están los discursos sobre “tolerancia cero”?
¿Dónde quedó la perspectiva de género con la que tanto se presume capacitar a fiscales?
El Código Penal habla de sancionar el feminicidio. Pero no hay código que castigue la indiferencia política.
Y esa, en México, mata más que los agresores.
A Ivón no la mató solo quien embolsó su cuerpo. También la mató el Estado que supo y no hizo. El gobierno que calló. Las instituciones que leyeron el expediente, y lo archivaron por “baja rentabilidad social”.
Hoy nadie menciona su nombre. Nadie exige justicia desde un púlpito oficial. Nadie presume avances en su carpeta de investigación. Porque Ivón no sirve para atacar a nadie. Porque Ivón no representa una narrativa electoral. Porque Ivón, simplemente, no conviene.
Y así funciona el sistema:
La justicia no se mueve por verdad, se mueve por utilidad.
Los derechos no dependen de la ley, sino del algoritmo.
Ariadna fue útil y se volvió símbolo.
Ivón fue irrelevante… y se volvió estadística.
Y mientras tanto, los feminicidios siguen apareciendo en bolsas, techos, canales o tambos. Y el gobierno sigue decidiendo cuál mujer sí merece justicia…
y cuál se puede enterrar en silencio.
Ivón no volvió. Y con ella, se fue otro pedazo de justicia, de confianza, de humanidad.
Porque en este país, la justicia llega tarde…Y a veces, simplemente, no llega.