Por Juan Manuel Sánchez Macías.
El discurso de odio, gramatical y socialmente hablando, implica el rechazo, burla o desacreditación hacia un grupo social o persona, por su origen racial, sexo, apariencia física, preferencias sexuales, etcétera, mientras que la intolerancia, según Real Academia de la Lengua Española, es el rechazo o falta de respeto a las creencias contrarias de la propia.
En los últimos días, mucho se ha hablado, de discurso de odio, sobre todo en el ambiente político del país. Sin embargo, creo que hay una diferencia sustancial, entre discurso de odio e intolerancia, aunque sin negar que, en algún punto, pueden fusionarse o la intolerancia pueda llevar a un discurso de odio y eso evidentemente, hace que se incremente el índice de delincuencia, ya muy elevado, de por sí.
Ambos fenómenos son reprobables y reprochables y lo más grave es ver que las y los integrantes de distintos órganos de gobierno, así como la propia oposición y un gran número de comunicadores sociales, miembros del mundo artístico, y un grueso del conglomerado social, se han enfrascado en una lucha política y social abierta, que ha pasado los límites de la contienda políticamente sana, con el debate de ideas (Juárez, al que tanto cita el gobierno actual, dijo: Todo contra las ideas, nada contra las personas), para pasar al ambiente de agresiones directas, descalificaciones personales y hasta de carpetas de investigación, incluso de familiares, llevadas al terreno político y judicial, que se traducen en verdaderos actos arbitrarios, que en nada contribuyen a la paz social.
Lo anterior, señoras y señores, no es discurso de odio, eso se llama intolerancia política y social. Estoy seguro que ninguna de esas personas a las que me he referido odia o tiene animadversión a sus opositores de ideas; lo que pasa es que la intolerancia política en nuestro país ha llegado a un extremo insostenible, en un terreno en el que es más fácil denostar y atacar directamente a quien no está de acuerdo con las propuestas o proyectos de quien los formula, que tratar de convencerlo con ideas, diálogo o, incluso, si no se le convence, respetar su posición política e ideológica contraria a la propia, recordemos que, en la disidencia está la democracia.
Eduardo J. Couture cuando escribió los Mandamientos del Abogado, plasmó el de Lucha por el Derecho y cuando éste choque con la Justicia, lucha por la Justicia; pero el sentido de tal mandamiento no debe traducirse en Pisotear y violar el Derecho, es decir las leyes y la propia Constitución, en aras de alcanzar la Justicia; no, el insigne Maestro se refería a buscar las fórmulas judiciales y reformas legislativas necesarias para adecuar el derecho a la realidad social (que cambia constantemente) para poder alcanzar el ideal de la Justicia y, en consecuencia, la paz social.
No se puede hablar de paz social, mucho menos de una verdadera política criminal, si el discurso social y político, máxime si viene de los principales actores políticos, es de enfrentamiento, de descalificación, cuando lo que debe de imperar es el diálogo abierto y respetuoso y entablar las políticas de gobierno y sociales, en donde Gobierno, Oposición, Organizaciones no Gubernamentales, Grupos activistas, Medios de comunicación, etc. trabajen, para lograr consensos o mayorías, en la lucha contra la inseguridad, la delincuencia organizada, abatir el feminicidio, la violencia de género etc. Qué triste es ver a diario que las noticias principales en los medios de comunicación y en las redes sociales son la desaparición de mujeres, feminicidios, crecimiento del narcotráfico, asaltos, impunidad, etc. ¡Ya basta!
Si seguimos así, entonces sí pasaremos de la intolerancia al discurso de odio y eso sí sería muy grave, para la paz social de México, pues la delincuencia organizada se ve beneficiada con la lucha entre los distintos sectores políticos y sociales: el discurso de la oposición criticando que el gobierno no hace nada por abatir la delincuencia; el discurso oficialista, minimizando la gravedad de la situación, diciendo que no es tan grave la ola de violencia, como lo exageran los conservadores.
En efecto, la lucha no debe ser de ataques y justificaciones entre los distintos actores políticos y sociales, sino contra la delincuencia, para lo cual se requiere una verdadera Política Criminal, en la que, insisto, se haga frente común contra el fenómeno delincuencial, que cada día agobia más y más a nuestro ya muy lastimado país.
Lic. Juan Manuel Sánchez Macías.
Profesor de Carrera de la Facultad de Derecho de la U.N.A.M.