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El caso Stanley en las series de streaming, un ejemplo de telecanibalismo.

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Héctor Alberto Pérez Rivera

En nuestra colaboración anterior hablamos de como la popularidad de las series y documentales basados en crímenes reales ha aumentado significativamente en la última década.

“¿Quién lo mató?” de Amazon Prime y “¿El show?” de Vix son dos producciones que abordan el caso del asesinato del conductor Francisco “Paco” Stanley, cuya complejidad y controversia generó un amplio debate en la sociedad que paso desde el análisis político y la “nota roja” hasta la llamada prensa rosa. Todo mundo tenía (tiene) una opinó al respecto. Hoy a 25 años de los hechos volvemos a hablar del caso a partir de dos productos televisivos que se alimentan de un caso cuyo escenario principal fueron las pantallas de los hogares mexicanos.

Sé que algunas personas que leerán este artículo tuvieron algún tipo de participación en este caso, por lo cual su valoración será mucho más calificada que de quienes sólo lo seguimos en los medios de comunicación, pero este texto no pretende entrar en los vericuetos del polémico caso, sino en las fallas y aciertos de su representación televisiva.

 Este artículo se centrará en los capítulos 5 y 6 de la serie de Amazon Prime “¿Quién lo mató?” (y los comparará con elementos presentados en “¿El show?: crónica de un asesinato” (Diego Enrique Osorno, México, 2023) trasmitida por la plataforma Vix, destacando los errores y enfoques problemáticos sobre la representación de la justicia mexicana en los medios de comunicación. También se explorará la crítica social sobre cómo la fama y la controversia pueden ser explotadas para alimentar el morbo público y criticar a las instituciones gubernamentales.

En el capítulo 5 de “¿Quién lo mató?”, titulado “Paola”, se explora el caso de una joven involucrada en un asesinato que supuestamente tenía vínculos con el narcotráfico. La narrativa se centra en la vida de Paola Durante (representada por una Belinda sobreactuada y pesimamente caracterizada) y su eventual juicio, destacando cómo su vida fue destruida por un sistema judicial corrupto.

La serie presenta varios errores en la forma en que se retrata el proceso judicial mexicano como sucedía en el llamado “sistema tradicional”. Primero, el procedimiento penal mostrado carece de precisión en cuanto a la secuencia de los eventos judiciales y el rol de los actores dentro del sistema legal. Por ejemplo:

  1. Audiencias y Juicio: La serie presenta las audiencias judiciales como un espectáculo sensacionalista, lo que distorsiona la realidad de cómo se llevaban a cabo en el sistema penal mexicano. Un ejemplo de ello es la escena en la que el “Procurador” (Jorge Zarate, quien por lo general es un actor solvente, pero que aquí se hunde con el resto del enlenco) encara a Paola en la rejilla de prácticas y le dice “esto no es un careo”. Es imposible que el Ministerio Público tenga ese nivel de interacción con los acusados. Además, recordemos que el juicio del caso Stanley tuvo tres acusados: Mario, Paola y Erasmo Pérez alias “El Cholo” ꟷa quien prácticamente no se le menciona en la serieꟷ, aunque en el capítulo 5, pareciera que el proceso de ella fue independiente.
  2. Evidencia y Testimonios: “¿Quién lo mató?” a menudo muestra la evidencia y los testimonios de manera dramatizada y sin el rigor con el que estos elementos son realmente manejados en un tribunal. En el caso de Paola, la serie sugiere que pruebas cruciales fueron manipuladas, lo que si bien podría suceder, no siempre es reflejado con la veracidad y el contexto necesarios, por ejemplo se muestra a los tres vecinos de Paola interrogados al mismo tiempo por su defensora, quien los increpa sin intermediación judicial, a todos en la misma sala. Nada más alejado de la realidad.
  3. Defensa Legal: La representación de la abogada de Paola ꟷsu primaꟷ y sus interacciones con el tribunal también es cuestionable. Si bien todos los abogados en la serie (defensores y fiscales) parecen carecer de la preparación y la estrategia que caracterizan a los litigantes en casos de alto perfil. Me resulto inverosímil como una joven recién graduada que incluso reconoce no ser especialista en derecho penal desarma la estrategia de un jurista de alta escuela como era Samuel del Villar, notando errores en la evidencia ꟷque, si bien son comunesꟷ, suelen ser sólo visibles a quien tiene amplia experiencia en el litigio penal. Por obra milagrosa del guion se convierte en una hábil litigante que conoce todas las argucias del sistema penal y puede encararse con cualquier. ¡Ojalá fuera tan fácil la practica penal! En el caso real fueron varios los abogados que colaboraron en la defensa de los acusados, algunos de ellos, litigantes de amplia experiencia. Aunque al final vemos que toda la estridencia legal es opacada por la parafernalia de una entrevista televisiva (que nunca existió) y la supuesta “línea” dictada desde las altas esferas del poder. Ojo, el juez del caso fue Rafael Guerra, hoy Magistrado Presidente del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad, aunque quien finalmente resolvió el asunto fue el juez Juan Luis Montero.

Capítulo 6: “Saúl”

El capítulo 6, titulado “Saúl”, presenta al procurador encargado de un caso de alto perfil, retratándolo de manera negativa y simplificada. Se sugiere que este personaje podría estar basado en figuras reales como Samuel del Villar, un jurista destacado, conocido por su enfoque ético y profesional en la justicia; sin embargo, el procurador en “¿Quién lo mató?”, a quien conocemos por una supuesta entrevista que dio a una periodista claramente inspirada en Carmen Aristegui, se muestra como una figura autoritaria y corrupta, que utiliza su poder para manipular el sistema judicial en su favor.

  1. La seria muestra al personaje inspirado en Samuel del Villar quien era conocido por su integridad y compromiso con la justicia, quien jugó un papel significativo en la reforma del sistema judicial en México, cuyo enfoque en la profesionalización y la ética en el ejercicio de la justicia no se refleja en el personaje caricaturesco presentado en la serie.
  2. Bernardo Bátiz: El personaje del “doctor” en el capítulo 6 parece estar inspirado en Bernardo Bátiz, quien también es retratado de manera simplificada y negativa. Bátiz es conocido por su enfoque en lucha contra la corrupción, aspectos que no se exploran adecuadamente en la serie.

En la serie se muestra a ambos juristas como torturadores, corruptos y manipuladores, que fraguan un complot para engañar al sistema de justicia y a la opinión pública; son villanos tragicómicos, bufones de la investigación criminal.

La simplificación de estos personajes a estereotipos negativos no solo es injusta para las personas reales en las que pueden estar basados, sino que también perpetúa una visión cínica del sistema de justicia.

En contraste el documental “¿El show?” ofrece una mirada más profunda y detallada este caso, que en comparación con la narrativa dramatizada de “¿Quién lo mató?” se enfoca en proporcionar contexto y antecedentes, lo que permite una comprensión más matizada de los eventos y las personas involucradas.

  1. Precisión en el Proceso Judicial: A diferencia de “¿Quién lo mató?”, “¿El show?” se esfuerza por representar con precisión los procedimientos judiciales y las complejidades legales, brindando una visión más realista de cómo se manejó el caso en la realidad, dando voz a muchas de las personas involucradas.
  2. Retrato de las Figuras Públicas: El documental evita la simplificación excesiva de las figuras clave, presentándolas como individuos complejos con motivaciones y desafíos únicos, en lugar de villanos o héroes unidimensionales.
  3. Contexto Social y Político: “¿El show?” también explora el contexto social y político en el que ocurren los eventos, proporcionando una visión más completa de cómo factores externos pueden influir en el sistema judicial.

La explotación de la fama y la controversia para alimentar el morbo público es una tendencia preocupante en la cultura mediática actual. La serie “¿Quién lo mató?” de Amazon Prime no solo falla en su representación precisa del sistema judicial, sino que también se beneficia del morbo generado por casos de alto perfil. Esto no es un fenómeno nuevo; en el pasado, figuras famosas por sus comportamientos abusivos con sus colaboradores se convirtieron en el centro de atención pública, luego el caso sirvió como un vehículo de crítica hacia el primer gobierno de la Ciudad de México elegido democráticamente por parte del duopolio televisivo.

La exposición del caso en los canales de televisión abierta alimentó el morbo de la opinión pública y fue utilizado para criticar a las instituciones gubernamentales y desviar la atención de problemas sistémicos más profundos. Hoy en día, la misma táctica se emplea para vender productos de entretenimiento de baja calidad como lo es la serie “¿Quién lo mató?”, la cual emplea actores famosos para atraer a una audiencia, pero ofrece una narración distorsionada y sensacionalista de la justicia.

Este enfoque comercializa el dolor y la tragedia de los involucrados en estos casos, convirtiendo su sufrimiento en una mercancía para el consumo masivo. En lugar de fomentar una comprensión profunda y reflexiva de los problemas de justicia, este tipo de producciones a menudo perpetúan estereotipos y desinformación.

Conclusión

Tanto “¿Quién lo mató?” de Amazon Prime como “¿El show?” abordan la complejidad del sistema judicial en México, pero lo hacen desde perspectivas muy diferentes. Mientras que “¿Quién lo mató?” opta por una narrativa más dramatizada y casi paródica que simplifica y distorsiona la realidad, “¿El show?” se esfuerza por proporcionar un retrato más fiel y contextualizado del caso y las figuras involucradas.

Es crucial que las representaciones mediáticas de la justicia penal sean precisas y responsables, ya que influyen en la percepción pública y en la confianza en el sistema judicial. Al comparar estas dos producciones, queda claro que un enfoque equilibrado y bien investigado puede ofrecer una comprensión más profunda de los desafíos y la complejidad de la justicia penal en México.

Además, es importante criticar cómo el morbo y la comercialización de la justicia afectan negativamente a la sociedad. La explotación de tragedias personales y la simplificación de procesos complejos para el entretenimiento o la crítica política trivializan los serios desafíos que enfrenta el sistema judicial y aquellos que luchan por justicia y equidad.

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