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Narcotráfico de ficción: Los errores de Emilia Pérez en su visión del crimen organizado

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La representación del crimen organizado en el cine y la televisión siempre ha estado sujeta a controversia. Desde la fascinación que despiertan personajes como Tony Montana en Scarface hasta la complejidad psicológica de Walter White en Breaking Bad, el narcotráfico ha sido un tema recurrente en la ficción. Sin embargo, pocas veces se aborda con la profundidad y el realismo que exige un fenómeno que ha marcado a países enteros con violencia, corrupción y muerte. Emilia Pérez, la reciente película de Jacques Audiard, pretende sumergirse en este universo, pero lo hace de manera superficial y errónea, cayendo en la romantización de un problema que ha devastado a México y a muchas otras regiones.

El primer gran problema de Emilia Pérez es su visión simplificada del narcotráfico. En la película, la figura del capo se presenta con una humanidad que raya en lo inverosímil, como si los líderes criminales fueran simples almas atormentadas en busca de redención. Esta representación ignora el funcionamiento real de los cárteles, que operan con estructuras jerárquicas rígidas, códigos de lealtad inquebrantables y niveles de violencia que van mucho más allá de lo que la película sugiere. En la realidad, un líder criminal que decide abandonar su organización no solo enfrenta la persecución de las autoridades, sino que también se convierte en un objetivo de sus antiguos aliados, quienes ven su partida como una traición imperdonable. Emilia Pérez ignora este aspecto y nos quiere hacer creer que es posible un retiro pacífico, como si se tratara de renunciar a un empleo convencional.

Además, la película presenta una visión casi caricaturesca del poder del narcotráfico. Si bien es cierto que los cárteles han infiltrado instituciones gubernamentales y han creado redes de corrupción a gran escala, la manera en que la historia lo retrata parece sacada de un cuento de hadas para adultos. Se omiten las dinámicas de violencia extrema, la lucha constante entre grupos rivales y la guerra interna que existe dentro de estas organizaciones. En la realidad, un líder del crimen organizado no solo debe preocuparse por la policía o la DEA, sino también por sus propios subordinados, quienes pueden volverse en su contra en cualquier momento. Sin embargo, Emilia Pérez nos muestra un mundo donde el poder criminal parece operar con una estabilidad que dista mucho de lo que ocurre en México y otras regiones afectadas por el narcotráfico.

Otro punto débil de la película es su falta de sensibilidad hacia las víctimas del crimen organizado. En su intento de construir una historia de redención, Audiard deja en segundo plano a quienes realmente sufren las consecuencias del narcotráfico: las familias desplazadas, los periodistas asesinados, los jóvenes reclutados a la fuerza, las miles de personas desaparecidas. En México, el narcotráfico no es solo una historia de capos que buscan redimirse, sino de comunidades enteras que han sido destruidas por la violencia. En cambio, Emilia Pérez parece más preocupada por construir un relato emotivo sobre su protagonista que por reflejar el verdadero impacto del crimen en la sociedad.

Además, la película falla en su representación del sistema de justicia y las dificultades reales que enfrentan las autoridades para desmantelar las estructuras criminales. Nos quiere hacer creer que un líder del narcotráfico puede simplemente desaparecer y empezar de nuevo sin mayores complicaciones. En la realidad, el poder del crimen organizado se basa en redes de lavado de dinero, tráfico de influencias y operaciones financieras sofisticadas que no desaparecen solo porque su líder decide retirarse. Incluso cuando un capo es capturado o asesinado, su organización suele mantenerse operativa, con nuevos líderes dispuestos a tomar el control. La idea de que un solo individuo puede llevarse consigo el poder de un cártel y luego abandonarlo es una fantasía que no tiene sustento en la realidad.

El cine tiene la capacidad de generar conversaciones importantes sobre problemáticas sociales, pero también tiene la responsabilidad de representar los hechos con el respeto y la profundidad que merecen. Emilia Pérez se presenta como un intento de explorar el mundo del crimen organizado desde una perspectiva novedosa, pero termina ofreciendo una versión edulcorada y poco realista del narcotráfico. En un país donde la violencia ha cobrado la vida de cientos de miles de personas, la romantización de los capos es un error que no puede pasarse por alto.

El problema de fondo con este tipo de narrativas es que contribuyen a la construcción de una mitología falsa en torno al narcotráfico. Al presentar a los líderes criminales como personajes complejos y en busca de redención, se diluye la realidad de su brutalidad y se genera una visión distorsionada del fenómeno. En lugar de entender el narcotráfico como un problema estructural que involucra corrupción, desigualdad y violencia extrema, la película lo reduce a una historia personal que omite los aspectos más oscuros de esta realidad.

En México, las historias sobre el narcotráfico no son meramente ficción; son una parte dolorosa de la vida cotidiana. Cada día, la violencia cobra nuevas víctimas, los grupos criminales expanden su influencia y las instituciones luchan por contener un problema que parece no tener fin. Ante este panorama, es fundamental que el cine y la televisión aborden el tema con el rigor que merece, sin caer en la tentación de convertir a los capos en antihéroes o en figuras trágicas.

Si bien Emilia Pérez tiene el mérito de intentar explorar un ángulo distinto del narcotráfico, su ejecución deja mucho que desear. La falta de realismo, la omisión de las víctimas y la construcción de un relato excesivamente sentimental hacen que la película falle en su intento de retratar una de las problemáticas más complejas de nuestro tiempo. En un contexto donde la desinformación y la romantización del crimen pueden tener consecuencias reales, es importante cuestionar las narrativas que nos presenta el cine y exigir representaciones más responsables y fieles a la realidad.

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