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LA POLÍTICA CRIMINAL DEL FUTURO Y EL FUTURO DE LA POLÍTICA CRIMINAL

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Eduardo Martínez-Bastida?

El Derecho es la manera de hacer la guerra, normativamente hablando y, según Von Clausewitz, la guerra es la continuación de la política por otros medios.

Ahora, si invertimos tal apotegma, en los términos de Michel Foucault, podemos colegir que la política es la continuación de la guerra por otros medios. Lo anterior, porque la política mantiene el desequilibrio de las fuerzas que se manifiestan en la guerra: en el esquema de guerra-represión, el poder político no surge cuando cesa la guerra, sino que la relación de violencia creadora y conservadora, entre la bestia y el soberano, está presente desde el surgimiento del Estado y su Derecho. Lo expuesto permite colegir que el Derecho Penal es la fuerza violenta que sostiene al pacto político.

Vivimos en una sociedad del cansancio paliativa (el lugar en que el sujeto barrado descubre la soledad de su goce y se anestesia ante el sufrimiento ajeno). Aquí, la guerra se concibe en términos de supervivencia de los más fuertes, los más sanos, los más cuerdos y los menos peligrosos. Lo anterior, lleva a Byung-Chul Han a afirmar que con la pandemia hemos estado viviendo en un estado de guerra permanente. Parece ser una metástasis de la falta en el Otro, pues el covid es materialismo puro, un vacío de significado en condiciones económicas determinadas, según conocida opinión zizekiana.

Aquí vale la pena cuestionar si asiste la razón a Jacques Derrida cuando afirma que la justicia es deconstrucción, que la justicia es la experiencia de lo imposible y que el Derecho es un simple elemento de cálculo. Es decir, pura castración simbólica: no es culpa de lo jurídico, sino del deseo previo que le constituyó. En ese mismo orden de ideas, Eligio Resta señala:

“La justicia tiene por destino encontrar, dentro de ella, el componente que revela la metamorfosis ambivalente de su contrario. ¿Qué otra cosa es la violencia legítima de la justicia si no el recuerdo de la separación que incluye y excluye, al mismo tiempo, la violencia ilegítima de cualquier injusticia? Un pensador tan profundo como Benjamin no pudo dejar esto fuera de su análisis y por ello nos recuerda que la violencia crea y conserva el derecho y que la línea divisoria entre legitimidad e ilegitimidad de la violencia lleva consigo la memoria de las órdenes «míticas”. El juego originario de la rivalidad y complicidad de la justicia e injusticia lo encontramos desde Platón bajo la conocida expresión pharmakos que establece la identidad entre curación y enfermedad, veneno y antídoto.”

Entonces, entre la ambivalencia de la violencia que crea y la que conserva, la política criminal del futuro y el futuro de la política criminal parece orientar sus pasos hacia el síntoma de la excepción. La militarización de la seguridad pública es un ejemplo de lo afirmado anteriormente. No hay que olvidar que Giorgio Agamben indica que “el estado de excepción no es una dictadura…sino un espacio vacío de derecho, una zona de anomia en que todas las determinaciones -y, sobre todo, la distinción misma entre lo público y lo privado- son desactivadas.” Máxime que hoy estamos en un paradigma metonímico de bioseguridad, en el que la salud ha dejado de ser un derecho y se ha constituido en una obligación. Este sutil cambio, ya no permite esconder la esencia de holocausto y muerte de lo político, del ius y de la seguridad.

Lo anterior es ideología pura carente de solución, por ser la forma sintomática en que nos-otros nos relacionamos con el mundo o, en otros términos, la ideología es la coordenada sociopolítica, de la que no podemos salir y el síntoma, penosamente, es el derecho -que también está barrado- y el fantasma jurídico penal ($<> a) soporta el peso de la mentira política fundante (la paz) y permite al derecho penal desear a través del proceso de criminalización -creado por la política criminal- selectivo y de excepción.

Doctor en Ciencias Penales y Política Criminal. Abogado Postulante. Catedrático de la Facultad de Derecho de la UNAM y del INACIPE.