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Educar para los Derechos Humanos: El desafío de las Sociedades Contemporáneas

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El reconocimiento de la importancia de la educación para la formación del individuo “consecuentemente para la formación de una sociedad” se remonta a las primeras sociedades políticamente organizadas. Al crear segmentos privilegiados, la educación se dirige a la formación de las clases dominantes, educadas para conquistar, gobernar y dirigir.

Como decía Kant, el hombre es lo que hace su educación. Es lo que prepara a las personas para la vida, la convivencia y la reivindicación de sus derechos. Sólo con educación puede el hombre ser libre para ejercer sus derechos, incluido el más fundamental de ellos, el que “tiene al hombre dueño y actor de su propia historia, que también se encuentra en la estructura de elegir entre el bien y el mal y determinar lo que es bueno y lo que es malo”, o en palabras de Barcellos. hace al ciudadano autor de su propio destino, que asume su dimensión histórica, cuidando la vida, la suya, la de los demás, de todos, en una dimensión horizontal.

Así, la sociedad finalmente tomó conciencia de una educación centrada en los Derechos Humanos. Quizás porque vivimos momentos tan oscuros, fruto del olvido de valores primarios, especialmente la ética y la justicia, que parecen evaporarse en estos nuevos tiempos.

La doctrina de los derechos humanos es uno de los grandes legados que hemos recibido del siglo XX, que, sin ocultar sus múltiples horrores, tiranías y genocidios, también nos dejó como legado valores dignos de un profundo agradecimiento. Entre ellos se encuentra el ideal moral, político y jurídico de la doctrina de los derechos humanos, junto con la definición y condiciones de un gobierno democrático y social, ya que los derechos humanos no son solo leyes o costumbres. Son postulados de todo orden moral y jurídico positivo y cuyos límites ningún poder político puede traspasar.

Y este legado no debe guardarse en un cofre del tesoro. Es necesario difundirlo, expandirlo, hacerlo efectivo y, sobre todo, ponerlo a disposición de todas las mujeres y hombres en el proceso de su formación, para que una vez interiorizado y asimilado como ideal personal, puedan caracterizar la figura de nuevos ciudadanos que viven en sociedad para respetar los derechos de los demás y exigirlos a los poderes políticos y las leyes que dictan.

Por tanto, dar a conocer los derechos humanos es una tarea y un desafío para todos aquellos que deben velar por la educación de los jóvenes. En consecuencia, la formación en derechos humanos debe ser apoyada durante todo el proceso educativo. El conocimiento de los derechos humanos es una tarea ineludible en la formación de todos los seres humanos en el momento actual de la historia.

Entonces, en los últimos años, se ha vuelto políticamente correcto, moderno y común hablar de educación para la ciudadanía y los derechos humanos. Pero, en general, poco se ha producido en cuanto a pedagogía y didáctica para este fin, y menos aún se ha trabajado para esta educación. En gran parte del material teórico producido hay una gran carga ideológica y un vacío abismal de amor y humanidad.

Educar para los Derechos Humanos es, como decía Callo, contar la historia de la lucha contra el exceso de poder, contra la codicia, contra el desamor, contra el egoísmo y la violencia, para hacer los grandes preceptos éticos que deben regir la convivencia de todos los hombres. Es un derecho vivo, efervescente y apasionado, que trae en sí, como ningún otro, tanto sufrimiento inconmensurable del ser humano, tanta sangre derramada en luchas y revoluciones, en busca de mujeres liberadas quae sera tamen, en busca de justicia. Entonces, cuando hablamos de derechos humanos, estamos hablando de amor, amor fraterno, participativo y liberador, ese amor que, como definió Marqués, nunca olvida al hermano, que da testimonio diario de la justicia, que libera los grilletes de los oprimidos, que une, que respeta las diferencias y que es el único camino hacia la paz y la felicidad para todos los hombres.

La necesidad de educación en derechos humanos aparece de manera incipiente e indirecta en la Carta de las Naciones Unidas tomar medidas efectivas para evitar amenazas a la paz llegar, por medios pacíficos y de acuerdo con los principios de justicia y del derecho internacional, al arreglo o arreglo de controversias (Artículo 1, inciso 1); Desarrollar relaciones de amistad entre las naciones, basadas en el respeto al principio de igualdad de derechos y autodeterminación de los pueblos (artículo 1, inciso 2); Promover y fomentar el respeto de los derechos humanos y las libertades fundamentales de todos, sin distinción de raza, sexo, idioma o religión. (Artículo 1, punto 3) y, explícitamente, en la Declaración Universal de Derechos Humanos cada individuo y cada cuerpo de la sociedad, teniendo siempre presente esta Declaración, se esfuerzan, a través de la enseñanza y la educación, por promover el respeto de estos derechos y libertades, (Preámbulo)

La UNESCO, atenta a las necesidades de la educación, ha realizado numerosas acciones internacionales para llevar a cabo la educación en derechos humanos. Entre sus principales acciones destacan: (a) la realización del Congreso Internacional sobre Enseñanza de los Derechos Humanos (Viena, 1978), el Congreso de Malta y la Recomendación sobre Enseñanza, Documentación e Información sobre Derechos Humanos (Malta , 1987); el Foro Internacional «Educación para la Democracia» (Túnez, 1992); el Congreso Internacional de Educación para los Derechos Humanos y la Democracia y la elaboración del Plan de Acción Mundial para la realización de esta educación (Montreal, 1993) y la 44ª Reunión de la Conferencia Internacional de Educación (1994).

Como el ejercicio de los derechos humanos y la ciudadanía es una cuestión fundamentalmente cultural, de mentalidad y hábito, su efectiva implementación solo será una realidad si insistimos a través del proceso educativo. De cualquier manera es efectiva: a través de la educación formal, a través del modelo de educación transversal, o incluso a través de la educación no formal. Después de todo, la educación puede tener lugar en cualquier lugar: en empresas, clubes, iglesias, asociaciones y sindicatos, en las cárceles, etc. La educación no es solo enseñanza, y la enseñanza no es solo un tipo de educación definido en los planes de estudio escolares.

Ampliando el pensamiento de Santo Tomás de Aquino, para quien la calidad de la ciudad depende de la calidad del ciudadano, tenemos la certeza de que la calidad de vida en el futuro depende de la calidad del ciudadano que formamos hoy; la sociedad del futuro comienza ahora. Así, como imperativo para la propia supervivencia de la humanidad y la implementación de los principios básicos de la justicia, la necesidad de rescatar y transmitir los valores que sustentan los derechos de los hombres es ineludible. Estos valores, a pesar de remontarse a varios siglos, reaparecen como imperativo y fuerza inimaginable, y el motivo es que llevan dentro un concepto de justicia, participación, comprensión, tolerancia, fraternidad y, sobre todo, amor al prójimo, valores. que parecen evaporarse en estos nuevos tiempos.

Accedimos con la advertencia de Assmann, cuando afirma que la humanidad ha llegado a una encrucijada ético-política, y parece que no encontrará soluciones para su propia supervivencia, como una especie amenazada por sí misma, hasta que construya un consenso sobre cómo alentar conjuntamente nuestro potencial de iniciativa y nuestra frágil predisposición a la solidaridad. Ocurre que, en este tercer milenio, a medida que surgen nuevas oportunidades, también surgen nuevos desafíos, más complejos, más peligrosos, más destructivos. La herramienta para superarlos: educación; es una condición sine qua non. Una educación que ya hemos establecido sin ambigüedad alguna: centrada en los derechos humanos, la paz, la exaltación de los valores éticos, el altruismo, el sacrificio y el amor al prójimo. Una educación que de hecho pueda orientarse hacia la ciudadanía, ya no nacional, que Kymlicka define como ciudadanía medieval, donde las fuerzas ciegas de la historia o poderes oscuros pueden manipular a toda una sociedad en su interés, moldeando efectivamente al individuo a través de lo que Paulo Freire llamó “Educación doméstica” a la creencia ciega en la versión oficial, a la exaltación de los valores étnicos, nacionalistas (casi siempre en oposición a otros), a la xenofobia, al culto a los ídolos beligerantes, al individualismo y al conflicto. La nueva educación debe apuntar a la ciudadanía universal. Ésta es una tarea y un desafío que se impone a todos los que aspiran a un futuro mejor: un tiempo de paz, justicia y fraternidad.

 

Micheli Piucco:

Profesora en la Universidad de Passo Fundo. Estudiante de Doctorado en Políticas Públicas. Maestría y Licenciada en Derecho. Tiene Especialización en Relaciones Internacionales. Fue Visitante Profesional de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.

Correo electrónico: micheli.piuco@hotmail.com

Clóvis Gorczevski:

Doctor en Derecho por la Universidad de Burgos. Postdoctorado por la Universidad de Sevilla y por la Universidad de La Laguna. Profesor de la Universidad de Santa Cruz do Sul UNISC.

Correo electrónico: clovisg@unisc.br

 

Referencias.

  1. KANT, Emmanuel. Sobre Pedagogía. Piracicaba: Inimep. 1996. p. 15
  2. MARTÍN, Núria Belloso. Política y Humanismo en el siglo XV. Valladolid: Secretaría de Publicaciones de la Universidad de Valladolid. 1998. p. 75.
  3. BARCELLOS, Carlos Alberto (Coord.) Educar para la ciudadanía. Los derechos humanos en el currículo escolar. Porto Alegre: Sección Brasileña de Amnistía Internacional / Centro de Asesoramiento para Programas de Educación para la Ciudadanía. 1992. p. 15.
  4. CALLO, Jorge Iván Hübner. Panorama de los derechos humanos. Buenos Aires: UBA. 1997.
  5. MARQUES, João Benedito de Azevedo. Democracia, violencia y derechos humanos. 5ª ed. São Paulo: Cortez. 1991. p. 11.
  6. ASSMANN, Hugo. Reencantar la educación: hacia la sociedad del aprendizaje. Petrópolis: Voces. 1998. p. 28.
  7. KYMLIKA, Will Ciudadanía multicultural. Barcelona-Buenos Aires-México: Paidós. 1996.