
Así se vivió el primer día de las campañas judiciales en algunas entidades del país; algunos aspirantes a cargos judiciales se presentaron en redes sociales con toda la parafernalia de un influencer en pleno debut: fotos posadas, música de fondo, frases inspiracionales tipo “juzgar con el corazón” y hasta filtros que harían palidecer a cualquier creador de contenido.
Se vieron rostros maquillados, slogans de impacto, gestos estudiados frente a la cámara… y un silencio abrumador sobre temas de fondo.
Nada sobre independencia judicial.
Nada sobre derechos humanos.
Nada sobre cómo piensan resolver los graves problemas del sistema penal: corrupción, impunidad, revictimización.
El mensaje que se transmitió fue claro: no necesitas saber de justicia para querer impartirla, solo tienes que verte bien y tener likes.
La banalización del poder
Lo ocurrido no es anecdótico ni gracioso. Es un síntoma de un fenómeno más profundo: la transformación de los cargos públicos en escenarios de vanidad.
Cuando quien aspira a ser juez, magistrado o fiscal se presenta al público como una figura aspiracional más —sin sustancia jurídica, sin trayectoria visible, sin propuestas claras—, no solo banaliza el cargo: desprestigia la justicia misma.
La toga, símbolo de imparcialidad y compromiso con la ley, se convierte en vestuario de campaña.
El estrado, en pasarela.
Y el sistema judicial, en un escenario más del show político nacional.
¿Dónde quedaron la ética y los valores del juzgador?
El Código de Ética Judicial habla de discreción, de respeto institucional, de actuar con imparcialidad y contención. Ser juzgador no implica desaparecer del mundo, pero sí exige un tipo distinto de presencia pública: sobria, transparente, centrada en el servicio, no en el espectáculo.
Se entiende que la ciudadanía quiera conocer a quien juzgará o dirigirá una institución clave, pero conocer no es entretener. Y rendir cuentas no es auto-promocionarse.
El problema no es que usen redes. El problema es que no se vea nada más. Ni ideas, ni argumentos, ni experiencia. Solo imagen.
¿Y la perspectiva de género?
Algunos han intentado defender estas campañas diciendo que se trata de mujeres que rompen esquemas. Pero no confundamos: la lucha feminista no fue para que las mujeres llegaran al poder por viralidad, sino por capacidad.
Estas campañas no visibilizan a las mujeres: las reducen a estereotipos. Alimentan la idea de que para llegar hay que agradar, no estudiar. Que basta con encajar en un molde visual, no en un perfil técnico. Eso no empodera: debilita.
La justicia no es contenido: es deber
Mientras en México miles de personas esperan años por una sentencia, mientras las víctimas siguen siendo ignoradas y la corrupción carcome instituciones clave, ver estas campañas duele.
Porque detrás de cada toga hay una vida que será juzgada. Porque no se puede frivolizar una responsabilidad tan seria. Porque no todo puede convertirse en marketing.
Hay cargos que exigen más que carisma: exigen carácter. Más que presencia digital: requieren principios.
La justicia necesita luces, sí… pero de audiencia pública, no de TikTok.
Y necesita voz, sí… pero no para grabar trends, sino para hablar con la ley en la mano.
Irving Arellano Regino
@irvingregino