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Lucha por la justicia que se convierte en persecución

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En México, la lucha por la defensa de los derechos humanos ha sido una tarea ardua, enfrentada con una realidad que parece contradecir los principios básicos de justicia y dignidad humana. Los defensores de derechos humanos, quienes deberían ser valorados y protegidos por su labor crucial en la promoción y defensa de los derechos fundamentales, a menudo se encuentran en una situación paradójica: son criminalizados, perseguidos y, en muchos casos, silenciados. Este fenómeno, que ha cobrado fuerza en las últimas décadas, revela no solo la fragilidad del estado de derecho en México, sino también las complejas dinámicas de poder y corrupción que buscan mantener el statu quo a toda costa.

En el corazón de este problema se encuentra una serie de mecanismos que las autoridades han utilizado para desacreditar y neutralizar a aquellos que se atreven a desafiar las estructuras de poder. La criminalización de los defensores de derechos humanos es una táctica que va más allá del simple acoso; implica el uso del aparato judicial y policial para fabricar cargos, manipular pruebas y llevar a cabo detenciones arbitrarias. Estas acciones no solo buscan amedrentar a los defensores, sino que también envían un mensaje claro a la sociedad: la justicia es selectiva y se puede utilizar como un arma contra quienes osen cuestionar al poder.

El uso del sistema de justicia para criminalizar a los defensores de derechos humanos en México es, en muchos casos, el resultado de una estrecha colaboración entre actores estatales y no estatales. El crimen organizado, que ha penetrado profundamente en varias instituciones gubernamentales, ve en estos defensores una amenaza a sus operaciones ilegales. A su vez, las autoridades corruptas, que se benefician del statu quo, no dudan en utilizar su poder para proteger sus intereses, aunque eso signifique violar los derechos fundamentales de quienes dedican sus vidas a proteger a otros. Esta colaboración perversa entre el Estado y el crimen organizado ha dado lugar a una situación en la que los defensores de derechos humanos no solo luchan contra la injusticia, sino que también deben luchar por su propia supervivencia.

Los casos de criminalización son numerosos y alarmantes. A lo largo de los años, defensores de los derechos indígenas, activistas medioambientales, periodistas, abogados de derechos humanos y líderes comunitarios han sido víctimas de campañas de difamación, detenciones arbitrarias, tortura y, en algunos casos, asesinatos. Uno de los casos más emblemáticos es el de la activista indígena Nestora Salgado, quien fue detenida en 2013 bajo cargos fabricados de secuestro. Salgado, una defensora de los derechos de las comunidades indígenas en Guerrero, había estado liderando una policía comunitaria que enfrentaba al crimen organizado en su región. Su detención fue vista como un intento de las autoridades para silenciar a una voz incómoda en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Tras pasar más de dos años en prisión, fue liberada, pero su caso resuena como un ejemplo claro de cómo el sistema de justicia puede ser manipulado para castigar a quienes defienden los derechos humanos.

Otro ejemplo es el de los defensores medioambientales que han denunciado la explotación ilegal de recursos naturales y la destrucción del medio ambiente por parte de empresas con conexiones políticas. En muchos casos, estos defensores han sido acusados falsamente de delitos como sabotaje, despojo o asociación delictuosa, lo que no solo les afecta a nivel personal, sino que también disuade a otros de seguir sus pasos. El mensaje es claro: en un país donde la corrupción y la impunidad son rampantes, la defensa de los derechos humanos puede costarte la libertad, e incluso la vida.

Esta criminalización tiene un efecto devastador en las comunidades a las que estos activistas sirven. Cuando un defensor es detenido o asesinado, su trabajo a menudo queda incompleto, dejando a las comunidades más vulnerables expuestas a violaciones de derechos humanos sin la protección oportuna. Esto es particularmente grave en regiones donde las autoridades locales son cómplices de abusos o donde el crimen organizado ejerce un control significativo. La ausencia de un defensor puede significar la continuidad de la explotación, la violencia y la injusticia en estas comunidades.

Además, la criminalización en México tiene un impacto negativo en la percepción pública de la justicia y el estado de derecho. Cuando el sistema judicial es visto como una herramienta para reprimir, en lugar de proteger a los ciudadanos, la confianza en las instituciones se erosiona gravemente. Esto contribuye a un ciclo de impunidad en el que las violaciones de derechos humanos no solo no son castigadas, sino que también se perpetúan, al tiempo que las voces disidentes son silenciadas.

A pesar de los enormes desafíos, los defensores de derechos humanos en México continúan su lucha. Han encontrado formas de resistir la criminalización a través de redes de apoyo, tanto a nivel nacional como internacional, y han recurrido a organismos internacionales de derechos humanos para denunciar las injusticias de las que son víctimas. Sin embargo, la protección efectiva de estos defensores requiere algo más que apoyo moral; es necesario que el Estado mexicano implemente políticas concretas para garantizar su seguridad y proteger su trabajo.

Una de las acciones más urgentes es la reforma del sistema judicial para garantizar que los casos de criminalización de defensores de derechos humanos sean investigados de manera imparcial y que los responsables sean llevados ante la justicia. Además, es crucial que se fortalezcan los mecanismos de protección para los defensores de derechos humanos, incluyendo la creación de protocolos de respuesta rápida ante amenazas y ataques.

También es fundamental que se promueva una cultura de derechos humanos en todos los niveles de la sociedad, comenzando por las instituciones gubernamentales. Esto incluye la capacitación de las fuerzas de seguridad y los funcionarios judiciales en materia de derechos humanos, así como la sensibilización de la sociedad en general sobre la importancia de la labor de los defensores.

Finalmente, la comunidad internacional tiene un papel clave que desempeñar en la protección de los defensores de derechos humanos en México. La presión internacional, a través de la denuncia y el acompañamiento, puede ayudar a mitigar la criminalización y garantizar que los defensores reciban la protección que necesitan para continuar su labor.

La criminalización de los activistas en México es una manifestación trágica de las fallas estructurales del estado de derecho en el país. Sin embargo, también es un testimonio del valor y la determinación de aquellos que, a pesar de todo, continúan luchando por la justicia, la dignidad y los derechos de todos. Proteger a estos defensores es proteger el futuro de una sociedad más justa y equitativa para todos los mexicanos.

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