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Un breve análisis del narcotráfico en los años ochenta en México

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El narcotráfico ha sido uno de los fenómenos más complejos y devastadores en México, especialmente durante los años ochenta del siglo pasado. Este periodo marcó una fase crucial en la evolución del tráfico de drogas, con la consolidación de los cárteles y la intensificación de la violencia asociada.

Una década antes, durante los años setenta, el narcotráfico en México comenzó a tomar una forma más organizada. El incremento en la demanda de drogas en Estados Unidos impulsó la producción y el tráfico de narcóticos en México, que se convirtió en un corredor estratégico para la distribución de marihuana y heroína. Sin embargo, fue a lo largo de la década de los ochenta cuando este fenómeno alcanzó nuevas dimensiones debido a varios factores clave, como la implementación de políticas más agresivas en contra del narcotráfico en Estados Unidos y la creciente violencia en Colombia, que desplazó parte de la producción de cocaína hacia México.

La corrupción y la complicidad de algunas autoridades mexicanas facilitaron el crecimiento del narcotráfico. Durante esta década, se evidenció la penetración del narcotráfico en las estructuras del Estado, lo que permitió a los cárteles operar con relativa impunidad. Además, la crisis económica que afectó a México a finales de los setenta y principios de los ochenta exacerbó la pobreza y la desigualdad, creando un terreno fértil para el reclutamiento en las filas del narcotráfico.

El Cártel de Guadalajara es uno de los grupos criminales más emblemáticos de la década de los ochenta. Fundado por Miguel Ángel Félix Gallardo, Rafael Caro Quintero y Ernesto Fonseca Carrillo, este cártel se consolidó como una de las principales organizaciones narcotraficantes de México. Utilizando una red sofisticada de corrupción y violencia, el Cártel de Guadalajara controlaba la producción y el tráfico de marihuana y cocaína hacia Estados Unidos.

Félix Gallardo, conocido como “El Padrino”, desempeñó un papel crucial en la organización y expansión del cártel. Bajo su liderazgo, el cártel estableció alianzas con cárteles colombianos y consolidó rutas de tráfico que atravesaban México. La captura y posterior asesinato del agente de la DEA Enrique “Kiki” Camarena en 1985, atribuida al cártel, puso a la organización en la mira de las autoridades estadounidenses y mexicanas, marcando un punto de inflexión en la lucha contra el narcotráfico.

Además del Cártel de Guadalajara, otros grupos menores también comenzaron a ganar terreno durante los ochenta. La fragmentación del Cártel de Guadalajara tras la captura de sus líderes principales en 1989 dio lugar a la formación de nuevos cárteles, como el Cártel de Sinaloa y el Cártel de Tijuana. Esta atomización del narcotráfico contribuyó a una mayor competencia y violencia entre las distintas organizaciones.

En respuesta al creciente problema del narcotráfico, el gobierno mexicano, en colaboración con Estados Unidos, lanzó diversas operaciones antinarcóticos. El Plan Cóndor, implementado en la década de los setenta, continuó en los ochenta con una mayor intensidad. Esta operación consistió en una serie de esfuerzos militares y policiales para erradicar cultivos de drogas y desmantelar las redes de tráfico.

Por otro lado, la Operación Intercept, lanzada por Estados Unidos, buscó reducir el flujo de drogas a través de la frontera con México mediante inspecciones intensivas y el uso de tecnología avanzada para detectar narcóticos. Estas medidas, aunque tuvieron cierto impacto en el corto plazo, también generaron tensión entre ambos países y llevaron a una mayor sofisticación en las técnicas de contrabando empleadas por los narcotraficantes.

La DEA (Drug Enforcement Administration) desempeñó un papel crucial en la lucha contra el narcotráfico en México. La agencia estableció una fuerte presencia en el país y colaboró estrechamente con las autoridades mexicanas en operaciones conjuntas. Sin embargo, la relación entre la DEA y las fuerzas del orden mexicanas estuvo marcada por la desconfianza y los conflictos debido a la corrupción y la infiltración del narcotráfico en las estructuras policiales mexicanas.

El secuestro y, ya mencionado, asesinato del agente Kiki Camarena en 1985 evidenció la brutalidad del narcotráfico y la complicidad de algunos sectores del gobierno mexicano. Este evento provocó una reacción enérgica por parte de Estados Unidos, que presionó al gobierno mexicano para intensificar sus esfuerzos contra los cárteles.

La violencia ligada al narcotráfico se incrementó significativamente en los años ochenta. Los enfrentamientos entre cárteles rivales y con las fuerzas del orden público se volvieron más frecuentes y brutales. Las ejecuciones, secuestros y desapariciones se convirtieron en una realidad cotidiana en muchas regiones del país, especialmente en estados como Sinaloa, Jalisco y Chihuahua.

El narcotráfico exacerbó la corrupción y contribuyó a la descomposición institucional en México. Los cárteles utilizaban sobornos y amenazas para cooptar a funcionarios, policías y militares, lo que debilitó significativamente la capacidad del Estado para combatir el crimen organizado. Este fenómeno minó la confianza de la población en las instituciones y alimentó un clima de impunidad y desconfianza.

El narcotráfico también tuvo profundas consecuencias económicas y sociales. Por un lado, la economía informal ligada al tráfico de drogas proporcionó ingresos a muchas familias en regiones empobrecidas, donde las oportunidades de empleo legal eran escasas. Sin embargo, esta dependencia del narcotráfico también perpetuó ciclos de violencia y corrupción que obstaculizaron el desarrollo económico y social sostenible.

En cuanto a los nuevos cárteles, adoptaron tácticas más violentas y sofisticadas, intensificando la competencia y la violencia en el país. La proliferación de estas organizaciones criminales sentó las bases para las décadas siguientes, caracterizadas por una escalada en la guerra contra el narcotráfico y un aumento en la militarización de la lucha antinarcóticos.

Las políticas antidrogas de Estados Unidos también evolucionaron durante esta década, influenciando significativamente las estrategias y tácticas empleadas en México. La intensificación de la “guerra contra las drogas” por parte de Estados Unidos, iniciada por la administración de Ronald Reagan, tuvo repercusiones directas en México, incrementando la presión para implementar medidas más agresivas contra los cárteles.

Los años ochenta dejaron lecciones importantes sobre los desafíos y limitaciones en la lucha contra el narcotráfico. La complicidad de las autoridades, la falta de coordinación entre agencias y la necesidad de abordar las causas subyacentes del tráfico de drogas, como la pobreza y la falta de oportunidades económicas, se reconocieron como aspectos críticos para enfrentar el problema de manera efectiva.

 

Victoria Pascual Cortés. Socióloga y Criminóloga especializada en intervención con víctimas mujeres y víctimas menores. Escritora del libro “Asesinas, ¿por qué matan las mujeres?”, profesora universitaria, divulgadora científica, perito judicial y miembro de la Junta de Gobierno, como Vocal de Formación, del Colegio Profesional de la Criminología de la Comunidad de Madrid, España.

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www.clubdecriminologia.com

Fuentes

Astorga, Luis. El Siglo de las Drogas: El Narcotráfico, del Porfiriato al Nuevo Milenio. México: Plaza & Janés, 2005.

Grillo, Ioan. El Narco: Inside Mexico’s Criminal Insurgency. Nueva York: Bloomsbury Press, 2011.

Hernández, Anabel. Los Señores del Narco. México: Grijalbo, 2010.

“DEA Agent Enrique ‘Kiki’ Camarena.” DEA Museum. https://deamuseum.org/enrique-kiki-camarena/

“El Impacto del Narcotráfico en la Sociedad Mexicana.” Nexos. https://www.nexos.com.mx/?p=42815

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